miércoles, 7 de abril de 2010

Carnívoro

Necesito ayuda, estoy desesperado, no puedo controlar mi obsesión por la carne fresca, y no me refiero precisamente a la de mujer.
Después de cortar con mi novia y sin tener una mujer que llenara mis necesidades, decidí probar los placeres de la masturbación. La época de sequía que invadió a mi pene fue la responsable de que caminara por rutas insospechadas.
Hasta hace poco, siempre había tenido con quién y con qué descargar mis fluidos, no importara que fuera mi pareja de años o una aventura casual. Pero mi suerte cambió en la cama y ya no lograba que alguna damisela me dejara hacer trinchera en su agujero.
Masturbarme me parecía algo práctico hasta que empecé a practicarlo diariamente. Sentir la palma de mi mano era suficiente en las primeras ocasiones, pero después pasé a faenas más arriesgadas.
El melón caliente con un hoyo fue una de las herramientas que más utilicé para lograr sacar el contenido de mis testículos, chorros de semen escurrían de esa fresca fruta. Igual utilizaba cualquier otra fruta de temporada a la cual se le pudiera realizar el agujero necesario para meter mi pene erecto.
Para mí la satisfacción estaba literalmente al alcance de mis manos y fue entonces que tuve la idea que hasta el día de hoy me hace vérmelas negras. Después de jalarle el pescuezo al ganso me puse a pensar en qué otro material comestible podría utilizar para lograr eyacular, así llegué a la carne.
Al carnicero le solicité que me diera unos bistecs lo suficientemente grandes y llegando a mi casa puse manos a la obra. El roce de la carne en mi miembro me dejó extasiado, casi de inmediato eyaculé con la nueva sensación de carne fresca en mi glande.
Sobarme el pene con la carne fresca me devolvió erecciones tan intensas que hasta provocaban que me dolieran los testículos; desde entonces me volví adicto a la carne y la disfrutaba como ningún otro carnívoro.
Todo marchaba bien hasta que decidí hacer nuevos experimentos y disfrutar de la variedad de carne que me ofrecía el tianguis sobre ruedas. Gocé de todo, de pollo, de puerco, cecina y hasta enchilada, y esta última fue mi perdición.
Desde entonces no dejo de pensar en el escozor que me causa masturbarme con la carne enchilada, y aunque lo disfruto con locura, no dejo de pensar en los estragos que este tipo de condimento le hace a mi pene. La adicción a la carne me ha ocasionado problemas, pues a pesar de que veo que mi miembro está irritado y renegrido, no puedo dejar de masturbarme con un pedazo de carne enchilada.

En mi barbilla...

Soy una chica de veintisiete años. Me considero una mujer sin muchos tapujos en el sexo y cuando estoy en la cama soy de las que no se quedan frías como hielo, me encanta tomar la iniciativa.
Cuando se trata de darle placer al cuerpo no tengo muchos requerimientos, me complace darle entrada a cualquier hombre que llene mi pupila y me permita distinguir su bulto entre las piernas al sentarse; me encanta admirar el tambache que se forma entre las piernas de los hombres que la tienen grande o gruesa.
Buscar penes grandes era la única misión que tenía al salir de antro con mi amiga Sandra; ella y yo buscábamos al hombre que nos pagara la cuenta y de paso nos llenara la vagina con su miembro y aderezara nuestro interior con su miel viscosa y caliente.
Los hombres hasta ese momento habían sido mi perdición; me emocionaba al abrir el cierre del macho en turno y sacar ese pedazo de carne lleno de venas bien tenso. La complicidad con mi íntima amiga era tan extrema que en una ocasión decidimos compartir el cuarto con nuestros respectivos picadores y ahí fue donde sucedió todo.
Nos quedamos solas en la habitación después de la faena amorosa; los machos ya nos habían saciado y se habían retirado del lecho. Me metí a bañar y fue entonces que Sandra hizo que me humedeciera no sólo por la caída del agua de la regadera...
Los pezones erectos de mi amiga me llamaron la atención y vi cómo su aureola de chocolate hizo que los míos inmediatamente apuntaran hacia enfrente en señal de excitación. Nunca había sentido cosa igual, deseaba chupárselos y meterle el dedo entre las piernas mientras ella inocentemente se tallaba el cabello.
Tuve que disimular mi calentura; estaba frenética, y con el pretexto de lavarme el clítoris introduje uno de mis dedos dentro de mi vulva; sin que ella se diera cuenta conseguí un orgasmo silencioso admirando sus pelos púbicos y sus tetas mojadas.
Desde entonces no me puedo quitar de la mente el cuerpo de Sandra, no hay minuto del día en que no desee tocarla y probar sus labios, y busco cualquier pretexto para pasar más tiempo cerca de su exquisita anatomía. Estoy desesperada porque su piel toque la mía, hasta he fingido que se me metió una pelusa al ojo para sentir cerca su aliento y de paso percibir el roce de sus pezones en mi barbilla.