miércoles, 7 de abril de 2010

En mi barbilla...

Soy una chica de veintisiete años. Me considero una mujer sin muchos tapujos en el sexo y cuando estoy en la cama soy de las que no se quedan frías como hielo, me encanta tomar la iniciativa.
Cuando se trata de darle placer al cuerpo no tengo muchos requerimientos, me complace darle entrada a cualquier hombre que llene mi pupila y me permita distinguir su bulto entre las piernas al sentarse; me encanta admirar el tambache que se forma entre las piernas de los hombres que la tienen grande o gruesa.
Buscar penes grandes era la única misión que tenía al salir de antro con mi amiga Sandra; ella y yo buscábamos al hombre que nos pagara la cuenta y de paso nos llenara la vagina con su miembro y aderezara nuestro interior con su miel viscosa y caliente.
Los hombres hasta ese momento habían sido mi perdición; me emocionaba al abrir el cierre del macho en turno y sacar ese pedazo de carne lleno de venas bien tenso. La complicidad con mi íntima amiga era tan extrema que en una ocasión decidimos compartir el cuarto con nuestros respectivos picadores y ahí fue donde sucedió todo.
Nos quedamos solas en la habitación después de la faena amorosa; los machos ya nos habían saciado y se habían retirado del lecho. Me metí a bañar y fue entonces que Sandra hizo que me humedeciera no sólo por la caída del agua de la regadera...
Los pezones erectos de mi amiga me llamaron la atención y vi cómo su aureola de chocolate hizo que los míos inmediatamente apuntaran hacia enfrente en señal de excitación. Nunca había sentido cosa igual, deseaba chupárselos y meterle el dedo entre las piernas mientras ella inocentemente se tallaba el cabello.
Tuve que disimular mi calentura; estaba frenética, y con el pretexto de lavarme el clítoris introduje uno de mis dedos dentro de mi vulva; sin que ella se diera cuenta conseguí un orgasmo silencioso admirando sus pelos púbicos y sus tetas mojadas.
Desde entonces no me puedo quitar de la mente el cuerpo de Sandra, no hay minuto del día en que no desee tocarla y probar sus labios, y busco cualquier pretexto para pasar más tiempo cerca de su exquisita anatomía. Estoy desesperada porque su piel toque la mía, hasta he fingido que se me metió una pelusa al ojo para sentir cerca su aliento y de paso percibir el roce de sus pezones en mi barbilla.

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