miércoles, 8 de diciembre de 2010

Orinita vengo...





No entiendo lo que me sucede, creo que soy una maniática sexual porque le pido a todos mis compañeros que me meen antes de que me penetren, pues si no, no me pongo caliente. Sufro debido a que no sé por qué me gusta escuchar cómo rebota la orina sobre mi piel. Me retuerzo de placer al sentir lo caliente de ese líquido amarillo sobre mi vientre y hasta mi vagina. A la hora del sexo no me puedo contener y desesperada le grito a mi compañero de cama: "¡Méame, méame que no me excito!". Algunos de ellos lo han hecho, aunque otros se cohíben y deciden dejar de fornicar. Estoy desesperada, necesito que me aconsejes qué hacer.

Papaya de Celaya



Tengo un loco gusto por la papaya, y no me refiero a la parte femenina como así la nombran algunos, sino al aroma que desprende la exquisita fruta. Casi siempre después de echarme un palito no puedo controlar las ganas y me levanto de la cama para ir al refrigerador a sacar algunos de los trastes que guardan mi preciado tesoro de papaya rebanada. Al meterla y saborearla en mi boca por fin siento completo mi orgasmo, aunque minutos antes haya eyaculado casi un litro de semen. Cuando mis dientes trituran la suave fruta siento que toco el cielo, gozo de forma multiorgásmica sentir cómo resbala la masa triturada por mi garganta. Estoy confundido, no sé si me gusta más la papaya que el papayón. En pocas palabras, me encanta la papaya, aunque no sea de Celaya.

Telarañas en la araña


Soy tan adicta al trabajo que he dejado en el cajón de los recuerdos mi actividad sexual, incluso temo ya tener telarañas en la cola.
Soy una mujer ya pasados los treinta, casi llegando a los cuarenta, a la cual el éxito laboral por fin le está sonriendo. Despuntar en mi empresa fue muy complicado, siempre los puestos de dirección eran ocupados por familiares o amigos del dueño, así que me costó mucho trabajo destacar sin tener que acostarme con el jefe, aunque éste nunca me lo propuso a pesar de que a mis compañeras sí.
Confieso que nunca he sido muy afortunada en el amor, ya llevo muchas relaciones fallidas. Mis compañeros me dejan porque prefiero el trabajo que aventarme desde el clóset para hacer el salto del tigre.
Mi vida es el trabajo, no hay placer más grande para mí que sentarme frente a la computadora a trabajar durante horas. Me complace estar metida entre números y facturas, disfruto al grado del orgasmo someter a mis subordinados a más horas de trabajo sin paga extra.
En el trabajo no tengo muchos amigos, incluso tengo que comer sola, pues nadie quiere compartir la mesa conmigo por explotadora. Mis compañeros me señalan, incluso en una ocasión alcancé a escuchar a Felipe Gómez, el de Recursos Humanos, decir que yo tenía un agrio carácter porque era una mal cogida. No entienden que mi placer está en el trabajo.
Mi actividad sexual en los últimos seis meses ha sido casi nula, es más, ya ni me depilo el chango, pues no tengo a quien presumirlo. Temo que de no usarlo se oxide o ya de plano le salgan algunas telarañas por el abandono.
Estoy un poco desesperada, no entiendo por qué el trabajo me da más placer que un hombre. Temo que esté contagiada de una terrible manía que haga que mi éxito profesional sea más importante que el placer carnal.

martes, 26 de octubre de 2010

Lips...



Me pica y no puedo dejar de rascarme los labios vaginales. Estoy desesperada, creo que tengo algún tipo de enfermedad mental, pues disfruto enormemente estirarme y rascarme a lo salvaje mis genitales. No pasa hora del día en la que me encuentre sola sin que me meta la mano a los calzones y estruje la zona. Siento paz cada vez que mis dedos tocan esa zona y rascan para aliviar una especie de comezón sexual. Me preocupa mi situación, pues me he sorprendido gimiendo de placer en uno de los baños de la oficina cuando, después de orinar y limpiarme, uno de mis adiestrados dedos está dando alivio a mi zona genital. Temo ser descubierta.

Puñetera piñata...


Ya viene la época decembrina y mi preocupación se hace cada vez más presente, pues me preocupa que mi fijación sexual por echarle semen al engrudo para hacer las piñatas ahora sí se me salga de control.

Trabajo muy a gusto vendiendo en un mercado. Mis marchantas me piden que les surta su verdurita y les llene las bolsas de zanahorias, papas, calabacitas, flor de calabaza o cualquier tubérculo. Siempre tengo las mejores frutas de la temporada y los vegetales más frescos, me gusta que mis clientas queden a gusto a la hora que les surto su mandado.

La mayor parte del año la paso sin la angustia por la cual te escribo, pero al acercarse la Navidad va creciendo en mí esta caliente manía que me hace espesar el engrudo. Sí, pues es en estas fechas cuando empiezo la producción de piñatas para la temporada de posadas.

Las estrellas de cinco picos son mi especialidad, me quedan bien bonitas con sus papeles de colores en las puntas, y no hay clienta que no me chulee lo bien hechas que están mis piñatas.

Y tienen razón, bueno, eso pienso yo, pues mis piñatas son las mejores del mercado, ya que cuentan con mi íntimo y muy personal ingrediente secreto en el engrudo... mi semen.

Cada vez que preparo la mezcla de agua y harina para elaborar el pegajoso engrudo, no controlo mis intensas ganas de masturbarme; me froto el pepino hasta que sale mi viscosa leche, gimo de placer al ver que hasta mi última gota de líquido caliente cae dentro de la olla y se disuelve.

Uso la mezcla extasiado para la elaboración de cada una de mis piñatas, me retuerzo de placer al imaginar a mis clientas dándoles de palos a esa estrella de elaboración reforzada con mi leche. Me vuelvo a excitar y a masturbar sobre el engrudo al pensar que mi semen se posa sobre sus peregrinos y cantores de la posada, quienes frenéticos se pelean un poco del contenido de la piñata al romperse.

martes, 14 de septiembre de 2010

"¡Debe ser horrible tenerme y después perderme!".












Soy una mujer de treinta años a la cual se le ha hecho obsesión tirarse a hombres que tengan algún parecido con el legendario Mauricio Garcés, estrella del cine mexicano allá por la década de los sesenta y setenta.

Las películas del tamaulipeco llegaron inesperadamente a mi vida cuando mi vecina, que es treinta años mayor que yo, me invitó a ver El matrimonio es como el demonio. Quedé impactada con la delgada imagen del actor, y al ver sus expresiones en la televisión inmediatamente me humedecí.

No pude aguantarme la calentura, y con el pretexto de que tenía que hacer pipí, le pedí a Lulú que le pusiera pausa a la película para que me diera oportunidad de pasar a su baño. Ahí me masturbé, me metí el dedo y manipulé mi clítoris hasta que tuve un fuerte orgasmo pensando en mi Mauricio, e inmediatamente lo hice mío.

Al día siguiente me dirigí a una tienda de películas y compré todas en las que él participaba. Al ver la de Clic, fotógrafo de modelos, me masturbé nada más nueve veces. Las piernitas me temblaban de tanto placer al recordar al bigotón decir: "¡Las traigo muertas!", pues en realidad sí me había dejado moribunda de tanto placer.

Desde entonces masturbarme con la imagen mental del creador de la frase ¡arroooz! fue imperioso, pero no suficiente. Salí a la calle y empecé a buscar a todos los caballeros que tuvieran un parecido físico con el actor para encamarlos. No me costó mucho trabajo, pues a pesar de mi edad aún tengo las carnes en muy buen estado y no hay escote que ningún caballero se resista a manosear.

Los busqué delgados, bigotones, elegantes y hasta con canas seductoras, aunque la verdad algunas ocasiones me ganaba la lujuria y con que sólo usaran pañoleta al estilo del modisto de señoras me bastaba para tenerlos entre mis piernas penetrándome.

Evocar la imagen del Zorro Plateado ahora es la única forma que tengo para humedecerme. No hay hombre guapo y fornido que me atraiga, pues sólo quiero hacerlo con el hombre que represente la imagen del típico galán otoñal, y me tortura no poder dejar de pensar en él y a la vez dejarlo de evocar. Ahora sí que se me hizo verdad su conocida frase: "¡Debe ser horrible tenerme y después perderme!".


lunes, 6 de septiembre de 2010




No puedo quitarme de la mente y mucho menos del olfato el olor a menstruación, el recordar esa fragancia hace que se me ponga dura la reata.

Soy taxista de profesión. Todas las mañanas, después de desayunar, salgo a darle al volante para ganarme la vida. El pasaje es tan versátil como el clima diario, no hay indicio en la vestimenta que me indique que el siguiente a abordarme será alguien con deseos de hablar o simplemente un cliente que me pida de malas maneras que lo lleve a San Ángel.

Para mí todo era meter cluth, velocidad, acelerar, frenar y orientarme en las calles hasta el día en que abordó mi unidad una mujer de más de cuarenta años. Se veía preocupada y sin más vueltas me pidió que no volteara porque tenía que hacer una maniobra íntima. Sí, se iba a cambiar la toalla sanitaria.

Al principio me pareció que era una faena muy atrevida, pero la justifiqué al recordar los desajustes hormonales que sufre de vez en cuando mi esposa en sus periodos, cuando a veces sólo mancha la toalla femenina y otras, la empapa sin control.

Yo mantuve la vista en el camino, no quería ni ver el espejo retrovisor para no incomodarla, hasta que llegó aquel peculiar olor a sangre menstrual que hizo que se me erectara el miembro. La sensación era indescriptible, el olor a rancio y sangre me provocó una excitación sin comparación.

Traté de concentrarme y bajé la ventanilla para ventilar mi unidad y así poder apaciguar el bulto que ya se marcaba en mi pantalón y que ya empezaba a escupir líquido lubricante. Pronto llevé a mi pasaje a su destino y después me dirigí a casa para saciar mis ansias con mi esposa. Ese olor no se me quitaba de la mente, y aunque le chupé el clítoris y labios vaginales con furia, no logré encontrar ese aroma que me la había puesto de piedra.

Mi mujer ahora se siente un poco incómoda, pues desde entonces no dejo pasar ninguno de sus periodos menstruales para experimentar en mi pene de piedra. Me pone como loco olfatearla antes de metérsela y ver cómo con cada embestida mi miembro queda empapado del peculiar líquido mensual rojo.

martes, 24 de agosto de 2010

Ahí, donde da frío y la soledad no escucha ni los sollozos...ahí estoy

23/sep/2004

viernes, 16 de julio de 2010

El placer de la carne...



Me declaro adicto a la grasa, pero no a la de los tacos de tripa gorda o suadero, sino a la grasa corporal que ostentan algunas gorditas. No sé si mi gusto pueda ser resultado de una retorcida necesidad por comer carne, temo que mi deleite por meterle mano a las gordas sea un trauma de niño porque mi madre sólo me daba de comer verduritas. Se me pone dura la reata al pensar en cómo mi mano recorre esos excesos de pliegues carnosos, el placer es tanto que incluso antes de penetrar a mi carnosa compañera se me salen calientes chorros de semen. Mi locura por las gorditas va en aumento, cada vez siento un placer más incontrolable cuando meto mi brazo entre sus nalgotas aguadas, ese momento es indescriptible, es como ir al paraíso de los carnívoros.

La duda

Mi problema se ha transformado en un vicio incontrolable de pornografia. La cosa empezó inocentemente y se ha vuelto una necesidad diaria. Por curiosidad, en una hora muerta que tenía en la chamba entré a una página porno y me encontré con la novedad que lo que ahi se mostraba me encantó, se me paró el miembro y tuve que disimular para que mis compañertos de oficina no se dieran cuenta.

Seguí a escondidas viendo pornografia en horarios de oficina hasta que de que de plano se me quitó la verguenza. Ya no me importa que mis compañeros o compañeras de oficina de sen cuenta de mi vicio y ellos han epezado a mirarme de forma extraña pues cada vez que estoy navegando entre pornografia me pongo medio ido y no pelo a nadie.

Las cosas han ido empeorando, pues ya no sólo me conformo con mirar, el otro día me sorprendí a mi mismo acariociándome el miembro ya medio endurecido entre mis pantalones. No sé qué hacer, no quiero que me vean como un enfermo sexual.



lunes, 5 de julio de 2010

Entre canibales



Una eternidad
esperé este instante
y no lo dejaré deslizar
en recuerdos quietos
ni en balas rasantes
que matan...
Ah... come de mi, come de mi carne
Ah... entre caníbales
Ah... tomate el tiempo en desmenuzarme
Ah... entre caníbales

Entre caníbales
el dolor es veneno, nena
y no lo sentirás hasta el fin.
Mientras te muevas lento
y jadees el nombre
que mata...

Ah... come de mi, come de mi carne
Ah... entre caníbales
Ah... tomate el tiempo en desmenuzarme
Ah... entre caníbales

Una eternidad
espere este instante...

Una de Sabina

Es una canción de Joaquín Sabina, Ocupen su localidad es la cita exacta.

Esta estrofa queda, con el pequeño detalle que la muñeca está rosada y no azul...lado.


Más tarde alguna muñeca toda vestida de azul
se quita su camisita y su breve camesú.

Y más adelante, otro aporte al tema...

Aprenderán aquí todos los misterios del amor
con el señor Casanova y su eyaculación precoz.
Perversas vírgenes rubias se masturban para usted
mientras sus gordas madrastras les preparan de beber.

viernes, 2 de julio de 2010

De la fruta


Jugosa y de buen color, que la disfruten...

letras...


Sin palabras, una mano amiga, tradición que...

miércoles, 26 de mayo de 2010

Con las manos en la masacuata...

Tengo cuarenta y cuatro años, soy chilango hasta los huesos y me encantan las fritanguitas de mi vecinita. Vivo en un vecindad no tan tirada a la perdición en un barrio popular, soy gente del pueblo y como tal soy adicto a los tacos, quesadillas, sopes, pambazos y hasta a las gorditas de chicharrón con harta cebolla y salsa.
Mi adicción por la comida hecha a base de masa fue lo que me llevó a gratinarle la memela a mi vecinita del 5, Lola, la quesadillera. Fue increíble que esa buena venida haya empezado con un rechinar de tripas de mi panza.
Ya eran las doce del día y me levanté tarde, pues salí tarde de la chamba debido a que ya teníamos varios días en inventario partiéndonos el lomo, por lo que el patrón decidió darnos el día para reponernos de la joda.
Me levantó la hambruna y acudí a la salida de la vecindad a pedirle a la rica Lola que me preparara mis acostumbradas quecas, pero me encontré con la mala noticia de que ya no tenía masa. Mi tripa no cesaba de quejarse y un rechinido que salía de mi panza la hizo compadecerse de mí y acceder a prepararme mis alimentos siempre y cuando le ayudara a traer la masa.
Fuimos por la mezcla de maíz, sal y agua y ella le estaba dando los últimos toques para que quedara en su punto cuando no contuve más mi calentura al ver sus nalgas moverse frente a mí y le dejé ir la mazacuata cuando ella tenía las manos en la masa. Se la metí hasta el fondo hasta que me vine sobre sus nalgotas. Lola, sorprendida pero gustosa, no dejaba de gemir al mismo tiempo que apretaba la masa entre sus dedos. Se limpió mi leche e inmediatamente después me preparó mis quesadillas, y ya no tuve que comerlas parado en la calle a un lado del puesto, sino en la comodidad de su casa con todo y la televisión prendida.
Desde ese día no puedo dejar de pensar en la quesadilla peludita de Lola, me trae loco su aroma y hasta sus masas. Se me pone dura la reata al verla lavar su puesto garnachero, me vengo casi instantáneamente cuando veo el vaivén de sus tetas cuando talla el piso con su escoba para quitar la grasa. Neto

A pelo...

Si tuviera que escribir un anuncio de periódico para encontrar pareja, diría: "Soy Tania, una mujer de cuarenta y dos años sin inhibiciones y sin calzones".
Necesito tu consejo desesperadamente, pues creo que mi afición me está llevando a callejones peligrosos de lujuria y traumas por violación.
Todo empezó de manera accidental después de tener una aventura con mi galán en turno en su coche; él se quedó con mi tanga para olerla y masturbarse en su casa y yo me fui a mi casa sin calzones. Estaba sentada en el metro de camino a mi casa cuando me di cuenta de que un hombre me miraba hipnotizado entre las piernas, yo lo dejé ver más de la cuenta y fue cuando noté el bulto que crecía entre sus pantalones.
Me excité como loca hasta que entró la razón en mí y bajé del convoy a prisa para que el susodicho no me siguiera, temí que él quisiera propasarse sexualmente con mi desnuda intimidad.
Al día siguiente volví a exponer mi desnudez, tenía curiosidad de saber lo que me deparaba mi calentura. Mi sorpresa fue grata al ver que un hombre de buen físico que se dio cuenta de mi tirada se paró a un costado mío justo cuando iba a bajar, y aprovechando la multitud me metió los dedos para comprobar mi humedad. Me quedé quieta disfrutando del momento hasta que me tocó bajar en mi estación, esos segundos fueron eternos e inolvidables.
Desde entonces aprovecho mi recorrido al trabajo y casa para cautivar con mi cara velluda a los hombres que me atraen. Hay veces que funciona y los excito y otras causo espanto, pues me ven como una pervertida sexual, aunque de todas formas no pueden dejar de mirar mi pubis despeinado.
Mi aventura hasta ahora me ha dejado satisfecha con dedeos, pues cuando una presa cae en el juego disfruto su mano restregándose en mi clítoris a la par que le aprieto el pene. Este juego inocente me humedece al instante, aunque temo que un día de estos no me sea tan fácil desprenderme de esas caricias colectivas, pues ya me han propuesto concluir la faena en un lugar más íntimo.
Tengo miedo de incitar y después no acceder, es decir, que mi juego me lleve a que me violen. Algún hombre me puede forzar a cumplirle por excitarlo, y para mí cada vez es más complicado conformarse con una dedeada, además de que las enfermedades de transmisión sexual están a la orden del día.

miércoles, 7 de abril de 2010

Carnívoro

Necesito ayuda, estoy desesperado, no puedo controlar mi obsesión por la carne fresca, y no me refiero precisamente a la de mujer.
Después de cortar con mi novia y sin tener una mujer que llenara mis necesidades, decidí probar los placeres de la masturbación. La época de sequía que invadió a mi pene fue la responsable de que caminara por rutas insospechadas.
Hasta hace poco, siempre había tenido con quién y con qué descargar mis fluidos, no importara que fuera mi pareja de años o una aventura casual. Pero mi suerte cambió en la cama y ya no lograba que alguna damisela me dejara hacer trinchera en su agujero.
Masturbarme me parecía algo práctico hasta que empecé a practicarlo diariamente. Sentir la palma de mi mano era suficiente en las primeras ocasiones, pero después pasé a faenas más arriesgadas.
El melón caliente con un hoyo fue una de las herramientas que más utilicé para lograr sacar el contenido de mis testículos, chorros de semen escurrían de esa fresca fruta. Igual utilizaba cualquier otra fruta de temporada a la cual se le pudiera realizar el agujero necesario para meter mi pene erecto.
Para mí la satisfacción estaba literalmente al alcance de mis manos y fue entonces que tuve la idea que hasta el día de hoy me hace vérmelas negras. Después de jalarle el pescuezo al ganso me puse a pensar en qué otro material comestible podría utilizar para lograr eyacular, así llegué a la carne.
Al carnicero le solicité que me diera unos bistecs lo suficientemente grandes y llegando a mi casa puse manos a la obra. El roce de la carne en mi miembro me dejó extasiado, casi de inmediato eyaculé con la nueva sensación de carne fresca en mi glande.
Sobarme el pene con la carne fresca me devolvió erecciones tan intensas que hasta provocaban que me dolieran los testículos; desde entonces me volví adicto a la carne y la disfrutaba como ningún otro carnívoro.
Todo marchaba bien hasta que decidí hacer nuevos experimentos y disfrutar de la variedad de carne que me ofrecía el tianguis sobre ruedas. Gocé de todo, de pollo, de puerco, cecina y hasta enchilada, y esta última fue mi perdición.
Desde entonces no dejo de pensar en el escozor que me causa masturbarme con la carne enchilada, y aunque lo disfruto con locura, no dejo de pensar en los estragos que este tipo de condimento le hace a mi pene. La adicción a la carne me ha ocasionado problemas, pues a pesar de que veo que mi miembro está irritado y renegrido, no puedo dejar de masturbarme con un pedazo de carne enchilada.

En mi barbilla...

Soy una chica de veintisiete años. Me considero una mujer sin muchos tapujos en el sexo y cuando estoy en la cama soy de las que no se quedan frías como hielo, me encanta tomar la iniciativa.
Cuando se trata de darle placer al cuerpo no tengo muchos requerimientos, me complace darle entrada a cualquier hombre que llene mi pupila y me permita distinguir su bulto entre las piernas al sentarse; me encanta admirar el tambache que se forma entre las piernas de los hombres que la tienen grande o gruesa.
Buscar penes grandes era la única misión que tenía al salir de antro con mi amiga Sandra; ella y yo buscábamos al hombre que nos pagara la cuenta y de paso nos llenara la vagina con su miembro y aderezara nuestro interior con su miel viscosa y caliente.
Los hombres hasta ese momento habían sido mi perdición; me emocionaba al abrir el cierre del macho en turno y sacar ese pedazo de carne lleno de venas bien tenso. La complicidad con mi íntima amiga era tan extrema que en una ocasión decidimos compartir el cuarto con nuestros respectivos picadores y ahí fue donde sucedió todo.
Nos quedamos solas en la habitación después de la faena amorosa; los machos ya nos habían saciado y se habían retirado del lecho. Me metí a bañar y fue entonces que Sandra hizo que me humedeciera no sólo por la caída del agua de la regadera...
Los pezones erectos de mi amiga me llamaron la atención y vi cómo su aureola de chocolate hizo que los míos inmediatamente apuntaran hacia enfrente en señal de excitación. Nunca había sentido cosa igual, deseaba chupárselos y meterle el dedo entre las piernas mientras ella inocentemente se tallaba el cabello.
Tuve que disimular mi calentura; estaba frenética, y con el pretexto de lavarme el clítoris introduje uno de mis dedos dentro de mi vulva; sin que ella se diera cuenta conseguí un orgasmo silencioso admirando sus pelos púbicos y sus tetas mojadas.
Desde entonces no me puedo quitar de la mente el cuerpo de Sandra, no hay minuto del día en que no desee tocarla y probar sus labios, y busco cualquier pretexto para pasar más tiempo cerca de su exquisita anatomía. Estoy desesperada porque su piel toque la mía, hasta he fingido que se me metió una pelusa al ojo para sentir cerca su aliento y de paso percibir el roce de sus pezones en mi barbilla.

miércoles, 24 de febrero de 2010


¿Te puedes resistir al pan calientito, recién horneado?

martes, 23 de febrero de 2010

Entre sueños....

Cerca de mi cumpleaños número veintisiete comencé a soñar cachondamente con Pedro, un ex novio que me hacía rasguñar las sábanas cada vez que me la metía.
No sé por qué esos extraños pensamientos vinieron a mi cabeza justo cuando me encontraba medio mal en mi relación con Juan, mi actual pareja sentimental. Juan es un hombre complaciente y cariñoso que ha aprendido a atenderme en la cama y a trabajar el orgasmo, no siempre tiene éxito, pero le agradezco el esfuerzo por saciarme antes de eyacular.
Los sueños con Pedro empezaron justo una semana antes de mi cumpleaños. Esa primera vez desperté sudada y muy excitada, me sorprendió recordar con tanta claridad los momentos que años atrás me habían hecho morderme los labios de placer.
Cuatro días antes de la gran fecha se repitió el sueño, lo vi acechándome desde la cocina y con pasos de pantera llegó hasta mí y ahí, en la cocina, me descubrió y mamó los pezones, la sensación era tan excitante que me despertó sentir lo duro que tenía mis chupones dorados.
El tercer día me fui a la cama preocupada y esperando no se repitiera el sueño, pues sentía como que traicionaba a Juan. Después de las tres de la mañana me desperté húmeda, había soñado a mi ex dándome tremendas nalgadas mientras me lo metía por detrás cuando tomábamos una ducha en mi baño.
Sentía cosquillas en mi vientre y debo admitir que esperaba esa noche también soñar con el miembro de mi ex pareja, y así fue. Estábamos en un hotel, él me la chupaba y metía el dedo a mi vulva, yo estaba muy humedecida. Esta vez fui un poco más allá del sueño y me toqué el clítoris para masturbarme e imaginarme su lengua en él. Aunque sentía vergüenza, no le conté nada a Juan, temía que viera mis sueños como una infidelidad.
Un día antes de mi cumpleaños deseaba enloquecidamente volver a sentir ese pedazo de carne en mi cuerpo, deseé que pasara y por fin pude conciliar el sueño. Se hizo realidad y empecé a disfrutar de las embestidas de ese hombre de mi pasado. Hubo de todo, me comió el sexo, se lo comí y me la metió hasta que me hizo arañar mis sábanas no sólo en la fantasía.
Desperté y me masturbé hasta que tuve tres orgasmos, caí rendida entre gemidos y buenos recuerdos.
Llegó mi cumple y me alisté para ir al encuentro de mi novio para celebrar en un antro. De camino al antro me equivoqué de camión y tuve que regresar unas calles caminando para reincorporarme a la ruta. Cuál sería mi sorpresa...
Cual regalo de la vida por mi veintisiete aniversario, en la parada del micro estaba mi ex Pedro. Nos vimos y no pude evitar besarlo. Todo pasó muy rápido y en unos minutos ya estábamos contra la pared metiéndonos las manos por donde se podía, yo estaba muy mojadita.
Me propuso ir a un hotel cerca y yo accedí, quería comprobar si mi destino era tal cual como la película que había pasado en mis sueños. Entramos al cuarto de hotel y me desvistió.
Lo hicimos por más de una hora y media, me hizo sentir repetidos y muy explosivos orgasmos, fue mejor que en mis sueños, pues arañé las sábanas, alfombra, cortina, colchas y hasta muebles que había en esa habitación de sexo desenfrenado. En la última lluvia de semen de Pedro, sólo alcance a escuchar después de un gemido: "¡Feliz cumpleaños!".
Por supuesto llegué tarde a mi festejo con Juan, aunque no me perdí de recibir el falo de mi ex novio bien duro como mi regalo de cumpleaños.

Arranques...

Tengo las piernas todas embarradas de barniz de uñas y los vellos de éstas se me pegan a la piel. El dolor se ha vuelto insoportable. Necesito ayuda, alguien por favor dígame qué otro remedio existe para evitar que se corran las medias.
Mi excitación es incontrolable cuando mi pareja me arranca las prendas de un tirón. Me vuelvo loca de placer al escuchar que se rasgan mis ropas antes de sentir cómo su miembro viril me parte en dos.
Mi gusto ha comenzado a costarme caro. Primero empecé por pedir que me arrancaran la tanga. El placer fue tal que desde ese entonces en todo encuentro sexual me quedo sin calzones. Fue inocente en ese entonces, pero mi gusto por oír el sonido y el roce de la ropa rota fue cada vez en aumento.
El placer que producía sentir el fuerte tirón de las diminutas bragas no fue suficiente y a mis compañeros de sábanas les ordené que me arrancaran la blusa. El momento era muy excitante y tuve el sexo más genial. El gozo era inigualable, sacarme el premio mayor de la lotería no me hubiera dado la misma satisfacción.
Aunque lo disfruté con múltiples orgasmos, el momento de reflexión vino después, me di cuenta de que no tenía qué ponerme más que la blusa rota sin botones para salir de la habitación de hotel. Eso me hizo cambiar mi perspectiva respecto a las prendas que sí debo solicitar que me arranquen.
Enfoqué mi gusto hacía las pantimedias. Compré varias docenas para que mis amantes en turno las pudieran arrancar para hacerme gemir de placer. Les pedía que me acariciaran las piernas bien depiladas, que sintieran la licra en mis extremidades, que se excitaran al palmar las texturas de rombos, círculos o más que adornaban mis piernas.
Después de las caricias, a mis amantes les pedía que me hicieran un hoyo en la pantimedia para que me la metieran. Sólo en algunas ocasiones un fuerte tirón en la fina tela bastaba para dejar al descubierto mi abundante mata. Yo me la dejaba meter sin freno.
Por supuesto, no usaba tanga para hacer más libre la maniobra. Los pelos de mi pubis mojados humedecían la pantimedia, mis jugos hacían que el tejido se convirtiera en una franela húmeda de mis entrañas.
La cosa estaba bien mientras el tirón caliente fuera preciso, pero no siempre corría con la suerte de que mis amantes tuvieran el tacto de sólo rasgar el lugar indicado para las embestidas, y es que muchas veces de paso jalaban la media dejando horribles líneas sobre mis torneadas piernas.
Mi placer no es el mismo si no me arrancan las medias, pues no experimento multiorgasmos. Mi obsesión porque me las arranquen ha ido en aumento y mi economía, en descenso. Estoy asustada, no hay otra cosa que lleve mi excitación a tope más que mi rutina de acariciar y romper las pantimedias.
Estoy tan embrutecida con el placer que las medias me dan que incluso he empezado a ponerme las rotas una encima de otra, las parcho con esmalte de uñas para impedir que se sigan corriendo, y si es necesario hasta me pongo de dos para evitar que se vean desgarradas.
Tengo los finitos vellos de las piernas pegados entre sí y a la piel, el dolor y la resequedad ya se están volviendo insoportables, mi dermatóloga aconseja dejar de usar barniz, pero yo sólo pido una cosa: ¿me podrían dar otro consejo para parchar mis medias?