martes, 23 de octubre de 2012

Copular...

Unirse o juntarse sexualmente. O, juntar o unir algo con otra cosa.

Pamela, Andrea y Sofía...

Soy Pamela y escribo porque no sé si debo reiniciar mi amistad con una de mis íntimas amigas... luego de que un acto sangriento nos ha separado. No revelaré mi edad, pero soy una chica que está en crecimiento sexual igual que mis amigas Andrea y Sofía y que estamos iniciando la universidad. El destino nos ha mantenido juntas y fue el mismo destino el que nos hizo compartir los secretos de la intimidad. Vivimos en un edificio viejo y casi siempre tenemos todo el espacio para fantasear, pues los padres de las tres siempre han trabajado. Es común que alguna de nosotras pase mucho tiempo en la casa de las otras, permitiendo con ello tener nuevas aventuras y un sinfín de vivencias por demás ocultas; los muros de los departamentos son el testigo fiel de lo que ocurre entre nosotras. Nuestro primeros besos siempre fueron un gran acontecimiento para las otras; nos relatamos en secreto si nos metieron o no la lengua la primera vez que chocamos nuestros labios con los de un varón. Hemos sido muy buenas amigas y hemos aprendido con el paso del tiempo que es mejor contar con una amiga que aconseje que estar solas en esta etapa del despertar sexual. Ya estamos totalmente desarrolladas, las tres tenemos el pubis cubierto de pelos y las tetas son de muy buen tamaño. Debo ser sincera y confesar que los senos de Sofía son de no mames, pues están más grandes, aunque las nalgas de Andrea dejan sin respiro a cualquier chavo que la ve contonearse. Yo no tengo un culazo ni tetotas, pero mis amigas concuerdan en que tengo los pezones más perfectos de las tres, que ese montículo rosado alcanza la perfección cuando está completamente erecto. Nos contamos todo lo que nos pasa con los prospectos, y lastimosamente hemos llegado a la conclusión de que a los hombres solo les interesa meternos el pito o ya de plano el dedo. Por esta razón decidimos que el primer encuentro sexual tendría que ser con alguien en conexión, con nuestra alma gemela; en pocas palabras, entre nosotras. Estábamos decididas a probar nuestros jugos, a saber qué olores y calores producían la entraña de la otra, y organizamos que un viernes saldríamos tempra de la escuela para hacer la faena. Llegamos a casa de Sofía, ella había dispuesto todo para estar cómodas. Nos desnudamos en silencio. No podíamos dejar de mirarnos las tetas y los pelos de la cola. Fue impresionante ver cómo los pezones se endurecían y cómo nuestras respiraciones se aceleraban. Nos besamos. Empecé a besar a Andrea mientras Sofía le metía la lengua entre los labios vaginales; Andy me mordía la lengua al tiempo que gemía plácidamente. Yo me humedecí y deseaba que mi tetona amiga también me diera tan húmedas caricias. La mano temblorosa de Andrea encontró mi sexo, y de una forma delicada abrió mis labios vaginales y me metió el dedo. Mi vagina estaba empapada y ella pudo penetrarla muchas veces mientras mordía mis perfectos pezones. Comencé a tocar a Sofía, su piel estaba chinita y yo quería recorrerla toda; sus nalgas quedaron en mi cara y, sin pensarlo, le metí la lengua en el ano. Ella chilló de placer y yo no quería otra cosa más que seguir, en mi mente tenía muchas posiciones aún por realizar, estaba dispuesta a hacerlas todas, cuando de pronto vi que de entre sus piernas escurría un hilo de sangre... En ese momento me detuve en seco, pues empezó su menstruación.

Una de vampiros...

Me encanta el olor a azufre, creo que soy buen candidato para vivir en el infierno, pues me gusta el olor que emanan las entrañas de mi esposa cuando está reglando. Ese característico olor a óxido y tan peculiar que ocasiona la menstruación es un detonante para que yo traiga todo el día parada la reata. Solo basta entrar al baño después de que Samanta sale para percatarme de que su mezquite ha empezado y, con ello, la semana de fornicación más sangrienta de la historia. Ella evita decirme qué día le viene la regla, pues teme que una vez más le rompa los calzones y la deje toda batida después de metérsela por mucho rato. Piernas embarradas de sangre y pelos del pubis tiesos son tan solo algunos de los inconvenientes que ella tiene que sufrir al culminar mi primera embestida. Aunque me pida compasión, mi excitación no le dará tregua, no me puedo controlar, por lo que no me importa si mancho sábanas, ropa, sillón, colchón o hasta mi cara de menstruación. Eso sí, temo por mi estabilidad emocional, he pensado que soy una nueva especie de vampiro sexual, pues le bajo el sangrado a mi mujer a chupetones, no me importa que me quede dibujada la sonrisa de payaso en la cara.

Calistenia...

Soy Gustavo, tengo casi cincuenta años y soy muy metódico en la cama. Antes de desenfundar mi miembro y meterlo en la vagina, antes de comenzar el oficio de las artes amatorias, sigo al pie de la letra las reglas que me llevarán al orgasmo seguro. Antes de meter cualquier cosa en un agujero tengo que concluir mi rutina, si no, mi miembro viril no se pone duro. Tengo que hacer veinte minutos de calentamiento, estiro mis músculos para evitar desgarres y calambres, no quiero que mientras se la meto a Mónica me vaya a dar el tirón y pierda mi erección. Después del calentamiento me lavo manos, boca, pene y ano, es importante que los miembros que entrarán en acción estén libres de gérmenes. Después de eso ya estoy listo para la batalla: primero caricias, luego besos, después chupetones y, por último, penetración vaginal y anal. Tiene que ser en ese orden, siempre bajo las mismas normas para lograr vaciar mis testículos. Mi mujer se queja de la rutina, no quiere seguir el procedimiento para mi venida, asegura que esa rutina la tiene harta argumentando que para toda regla hay una excepción. Sin embargo, para mí, si hay excepción a la regla, hay excepción de eyaculación.

martes, 9 de octubre de 2012

Pináculo

Piná..culo...parte más sublime de una ciencia o de otra cosa inmaterial.