martes, 1 de febrero de 2011

Colchón


Estoy por casarme y tengo un problema de apego a las revistas para adultos. Bajo mi colchón descansan colecciones completas de revistas porno donde se pueden apreciar mujeres mostrando sus más íntimos recovecos al abrir las piernas. Es mi preciado tesoro y estoy en un aprieto, pues mi chava está a unos días de venir a vivir conmigo y se dará cuenta de mi tesoro bajo el colchón. No quiero deshacerme de mi fortuna literaria, pero tampoco deseo que ella crea que soy un degenerado. ¿Qué hago, me aprieto uno y la vendo, la guardo o ya de plano le cuento a Celeste que su hombre gusta de ver a viejas encueradas en revistas para adultos?

Boca de terciopelo


Soy sastre y entre tantas tareas y texturas mi mente ha fabricado un sueño recurrente: al cerrar los ojos y dormir imagino que me fabrico una mujer. El sueño siempre comienza más o menos igual, me veo sentado frente a una máquina de coser con pliegos y pliegos de tela suave de mujer, tersa, blanca y lista para ser cortada y cosida por mis experimentadas manos. Manipulo la piel y con precisión de relojero me confecciono una mujer de dimensiones de diosa para mis pasiones. Le pongo senos grandes y redondos, nalgas firmes y abultadas, caderas estrechas y suaves, le coso con botones negros ojos profundos y con terciopelo rojo le diseño la boca. Es una bella creación, una mujer de colección primavera-otoño. Disfruto mi sueño, dormido siento mi erección, mi piyama incluso está húmeda, pues he empezado a lubricar, pero justo cuando estoy dispuesto a penetrarla, a disfrutar de mi creación, despierto.

El llanto


Tengo veintisiete años... y creo que sufro de depresión sexual.
Estoy desesperada, pues desde hace años vengo presentando una conducta extraña después de tener sexo. Estoy asustada, ya que luego de copular me pongo a llorar sin control.
Esto se presentó exactamente hace cuatro años, justo al terminar con mi novio, y sí, terminar de todas todas, pues después de que culminamos el acto amoroso, es decir, de hacer el amor, él me dijo cínicamente mientras yo aún estaba desnuda en la cama que era la última vez que tendríamos pasión, pues ya no quería mantener una relación amorosa conmigo; me terminó en todos los sentidos.
Yo me quedé en la cama impactada, no creía lo que acababa de pasar. Él me había cortado cuando aún estaba húmeda mi entrepierna, cuando aún podía sentir el estremecimiento del orgasmo que me había provocado sus embestidas. Me quería morir y hasta pensé en el suicidio.
Caí en una fuerte depresión, no sabía con certeza si volvería a disfrutar del sexo con otra persona. Pasó el tiempo y conocí a Jesús, él me ayudó y con el paso del tiempo y gracias a su cariño volví a entregarme en la cama. Mi primera vez con Jesús resultó casi una experiencia religiosa y de milagro logré mi preciado orgasmo.
Él estuvo divino, me trató como una reina. Debo admitir que gocé como nunca, que los movimientos de su cadera cuando me penetraba me hicieron ir de paseo al cielo. Tuvimos un simultáneo orgasmo, ambos nos miramos sonriendo y fue ahí que entró en mí un pánico y me puse a llorar sin control. No hubo acción por parte suya que calmara mis lágrimas, estaba sin dominio.
Esa historia se repitió cada vez que él u otros hombres me provocaban un orgasmo y fue entonces que pedí ayuda profesional. Mi terapeuta escuchó mi caso y sin más explicaciones me recetó ansiolíticos y antidepresivos, que tomo actualmente, aunque éstos han comenzado a cambiar mi personalidad, no soy la misma mujer activa y con iniciativa en la cama de antes.
Tengo que medicarme antes de estar con un hombre en la cama, no quiero espantarlo con mi llanto después de que minutos antes me hace gritar de placer al sentir un orgasmo. No hay caballero que quiera permanecer junto a mí luego de sudar las sábanas, hasta Jesús me abandonó, él que era tan compresivo y amoroso perdió la fe.