miércoles, 1 de junio de 2011

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Estoy casado hace tres años y me encanta que mi esposa me meta el dedo en el ano, sentir su uña en la profundidad de mis entrañas me hace revolcarme de placer.
Tengo eyaculadas como pocos hombres, cada vez que Amanda, mi mujer, mete en mi cola su dedo índice, mi humanidad se estremece y salen cantidades increíbles de semen. Puedo bañarle la cara con mi caliente líquido después de que ella hace su escatológica maniobra.
Me gusta explorar en el sexo, eso de que me dedeara empezó como un juego, ella sin querer bajó sus manitas y con un movimiento repentino me metió el dedo pequeño; sentí que me doblaba de placer, nunca antes había experimentado algo así.
Afortunadamente somos una pareja muy comunicativa, yo le doy a ella lo que necesita: la penetro efusivamente al mismo tiempo que le chupo los pezones hasta que se viene, esto a cambio de que use sus deditos magistralmente por donde defeco.
Me deleita disfrutar sus movimientos en mi ano, hemos descubierto que si gira el dedo que me introduce hacia abajo y lo mete a más profundidad estimulando mis entrañas me vuelvo loco de placer. Ella, como toda una experta, se pone en un santiamén el guante y el lubricante para culminar la faena donde yo grito fuertemente de placer.
Creo que mi gusto porque me dedeen no le hace daño a nadie, bueno, eso al menos pensaba yo hasta hace poco que ocurrió lo que nunca antes. Amanda decidió embellecerse las manos para lucir sus dedos en la faena sexual que me gusta y se puso uñas postizas, unas hermosas uñas decoradas con cristales y piedrecitas de color rojo.
Esa noche nos enfrascamos en un encuentro sexual intenso, nos entregamos al sexo frenéticamente, y por la prisa de la calentura ella no alcanzó a ponerse los guantes de látex. Eso sí, sentir una de sus garras dentro de mi ano y las otras rasguñando mis nalgas fue increíblemente placentero.
El encuentro terminó después de que ambos logramos venirnos dos veces. Pero mi satisfacción se convirtió en espanto al ver su cara y al mostrarme su mano... ¡le faltaba una uña!
La buscamos infructuosamente por toda la cama, no la encontramos, y descubrimos horrorizados que se quedó dentro de mi ano; mi recto es ahora su nuevo hogar.
Estoy preocupado, mi cuerpo no la ha expulsado de manera natural, aunque me he purgado. Siento que algo extraño se está generando en mi organismo, pues ahora siento un poco de dolor al defecar.
Mauro

Pellizco


Muy al contrario de la mayoría de los hombres, me encanta pellizcarme los testículos para sentir placer, cada vez que me estoy masturbando uso la mano izquierda para jalarme con las uñas la piel de mis gumaros. Esa mezcla de placer y dolor provoca en mí orgasmos explosivos, empiezo pellizcándome quedito y después subo la intensidad hasta el grado de dejar muy adolorida la zona, me retuerzo de placer y de dolor, es algo único. Mi gusto por estimularme agresivamente los huérfanos ha empezado a repercutir en mi vida diaria, pues he descubierto que está tan afectada la zona genital que ya hasta me produce dolor sentarme o rozarme con la costura del pantalón. No quiero dejar de sentir ese placer tan loco, aunque tampoco deseo que mis compañeros de la oficina piensen que sufro de hemorroides por no querer estar mucho tiempo sentado en mi silla en el trabajo

Con los dedos de una mano


Actualmente soy la sin amigas, me he quedado sola, ellas se alejan de mí por mi habilidad en el sexo. Yo era una mujer afortunada, presumía que tenía amigas suficientes como para contarlas con los dedos de una de mis manos; con ellas compartía mis intimidades y les contaba todas mis aventuras amorosas. Mis amigas al escucharme se asombraban y aplaudían que fuera tan versátil en las artes amatorias. Poco a poco ellas se fueron alejando sin razón, no entendí por qué de la noche a la mañana Lety dejó de hablarme, lo mismo sucedió con Carolina, Sara, Liset y por último Verónica; esta última fue la única que tuvo el valor de verme a la cara y decirme por qué ya no me quería como su amiga. Soy muy hábil en el sexo, cuando estoy con un hombre me transformo en una profesional de la cama y lo complazco con movimientos y faenas inimaginables. No hay amante que no me recuerde por lograr que se venga a chorros. Vero me dijo que ya no quería mi amistad porque era muy cogelona, que temía, igual que las demás chicas, que les bajara el novio, pues sus hombres sabían por chismes que soy una experta en el sexo. El desprecio de mis supuestas íntimas me duele, ya no tengo con quien compartir mis proezas sexuales, y aunque me lastima que me señalen como la sin amigas, mi desempeño en la cama sigue siendo fantástico. Andrea