miércoles, 14 de noviembre de 2012

Destrozada...

Estoy en la depresión total. No como ni duermo bien después de que Tifanny me dejó para siempre. Mi mascota es la responsable de que esa hermosa y firme mujer que me dio noches enteras de sexo desenfrenado ya no pueda estar más a mi lado. Sé que fue mi responsabilidad, el amor desmedido que le tengo a mi mascota es lo que ocasionó que ella se haya ido para siempre, y ahora lamento amar tanto a mi perro. Sus dientes y fuertes mordidas apartaron a la mujer ideal de mi lado. He llorado largas horas tratando de reconstruir nuestro amor. No hay parche que repare lo que Huesos le hizo a su linda cara y a todo su cuerpo, la furia de mi canino no tuvo límites y ahora no hay cura para mi rubia superior. Las heridas son brutales, mi canino no respetó la desnudez de mi mujer y ella no se pudo defender. Párpado desgarrado, labio mordido, le perforó el cuello, le arrancó un pezón, le mordió las costillas, le perforó la pierna, se comió cuatro de los dedos de su pie, y casi de milagro no le arrancó el clítoris. Encontrar a Tifanny destrozada en la casa me causó una impresión que nunca olvidaré. Aún tengo pesadillas que me despiertan todo sudoroso, no puedo quitarme de la mente cómo sus ojos me miraban fijamente cuando la encontré hecha pedazos. Esa horrible imagen ha llegado a borrar muchos de los buenos momentos que viví a su lado. Horas completas de placer donde yo la hacía como quería antes de venirme en su carita de diosa. Docenas de posiciones son las que ella y yo nos aventábamos cuando decidía que era hora de sacarle punta al crayón. Una vez estaba tan caliente que decidí que se la metería en la cocina; la llevé hasta allí y arriba de la estufa se la dejé ir por todas partes. Primero empezó a succionármela, yo controlé los movimientos de su cabeza con mis manos, pero me la chupó tan rico que me vine en su garganta. Después la abrí de piernas y la embestí cual toro de lidia. La cosa no acabó ahí, pues sin que ella se lo esperara la volteé con suavidad para meterle mi miembro por el ano; no se lo batí mucho, pues estaba a punto del turrón y ahí, en sus suaves nalgas, me vine sin remedio. Con esa megaparchada quedó claro que la cocina no solo es un lugar para las mujeres, sino que un macho también puede hacer muy bien su trabajo. Ahora lloro por lo que Huesos le hizo a la musa de mis chaquetas. No encuentro consuelo e incluso he pensado en que mi fiero perro debe tener un castigo ejemplar por acabar con la autora de mi placer. Necesito un consejo, no he vuelto a gozar igual desde entonces, incluso he pensado en que mi can debe morir por haber destrozado mi muñeca inflable; no tiene perdón de Dios.

Abocarse...

Soy Neto y la neta es que tengo un problema severo a la hora de dar placer sexual. Sí, lo admito, soy un chico al que le gustan los hombres, lo sospeché en mi adolescencia y ahora que tengo cumplida la mayoría de edad sé que lo mío son las reatas. Hasta hace poco empecé a explorar mi sexualidad y dejé que por primera vez un hombre me penetrara. No voy a mentir, sentí dolor cuando la cabeza del glande de mi compañero intentaba abrirse paso entre mis nalgas mientras yo apretaba el ano, pues me dolía. Beto, mi hombre, con mucha más experiencia que yo, me recomendó que me relajara y dejara de apretar, pues podía rasgarme; le obedecí y sentí entonces una inmensa presión en mis entrañas, su miembro ya estaba dentro de mi recto y se movía suavemente. Él me la metió, y aunque estaba adolorido me hizo olvidar la molestia de mi parte trasera cuando después empezó a chupármela. Lo hizo tan majestuosamente que pensé de inmediato: ¡esto es lo que yo quiero hacer, quiero provocar este placer inmenso con mi boquita! Un ratito después de que me vine en su boca intenté darle a mi hombre también placer oral, pero desgraciadamente los colmillos de mi boca me traicionaron y en vez de ponerlo a gozar lo pusieron a gritar. Decepción tras decepción he vivido desde entonces cada vez que intento dar sexo oral; no sé si mi desesperación por hacerlo bien o lo filoso de mis dientes son los responsables de que mis amigos íntimos sufran constantes mordidas en sus miembros mientras trato de abocarme al asunto.

Hija del placer...

Me llamo Sandra y hasta hace apenas unos días, a mis veintidós años, dejé de ser virgen. No creas que es mi primera relación sexual, no soy una santa, pero tampoco soy una golfa que se acuesta con cualquiera, pero después de que varios falos me han penetrado por fin se rompió mi himen. ¿Que cómo lo sé? Pues fácil, se oyó un leve tronido desde de mi vagina, un tenue sonido salió de mis entrañas hasta mis oídos, y lo pude escuchar porque estábamos fornicando en completo silencio para que no nos cachara la chava de mi desflorador. La inmensa reata de Gerardo fue la que me hizo el favor de quitarme lo quintita. Mi amiga no dejaba de presumir que su hombre tenía un fierro digno de admiración y yo lo quise comprobar. Todas las reatas que me había comido antes no me habían hecho cosquillas, y aunque unas eran regordetas, ninguna de ellas era tan larga para romper la telita que resguardaba mi virginidad, hasta que llegó el monstruo venoso de Gerry, este sí que me hizo rico mientras Ana, mi íntima, se bañaba rápidamente. Ahora soy la más feliz, la manchita de sangre que quedó en mis bragas es la prueba de que ya no soy pura, que ahora soy una hija más del placer. El problema es que ahora ya no me conformo con cualquier pistola, solo revólveres supercargados disparan en mi vagina, pues ya no solo quiero que me vuelvan a tronar el ejote, sino que inmensos penes me partan en dos.