martes, 15 de marzo de 2011

Medias


Hay quien prefiere medias, o completas horas, es gusto de cada quien.

Un clásico


Quién diga que no los ha leído, no sabe de la mini excitación...
Nota: Un aplauso de pie para las cabezas de portada.

Vergüenza



Hasta en los animales existe...pero en las fieras sólo es un movimiento de casualidad.

Vouyerista


¿Qué hay detrás de la puerta?
Para descubrirlo, sólo necesitas penetrar al interior

Por una nariz


Tremenda decepción me llevé en la pantalla de la computadora: Dora se veía bien buena, pero en persona hasta parece que tiene nariz de bruja. Después de un mes de chatear con mi amiga Dora decidí que era tiempo de romper el hielo y ver en persona los dos melones que adornaban sus blusa y llenaban mi pantalla a la hora de conectarnos, quería cerciorarme de que Dora tenía cuerpo de superponedora. Los melones de la susodicha eran tal cual los había visto en la cámara de mi computadora, pero mi sorpresa fue gigantesca al ver de perfil su aguileña nariz, era tan grande que incluso llegué a imaginar que con ésta se abría paso cortando el viento. Sus tetas me enloquecían y por más que intentaba seguir viéndolas mientras ella hablaba conmigo emocionada por el encuentro, su nariz se hacía presente al grado de que llegó a incomodarme cómo se le asomaban los pelos dentro de ella. Quisiera seguir tratando a Dora, pues no tengo otra idea en la cabeza más que la de meter mi reata entre sus dos chichis. Se me pone duro sólo de imaginar lamer sus pezones, pero se me pone flácido al recordar su horrible nariz. Mi pene dice que me eche a Dora, la ponedora, pero muy al contrario, mi cerebro grita que no me acerque a Dora, nariz de aspiradora.

Dos de tres caídas sin límite de tiempo


Soy tan aficionada a la luche libre que ardo en deseos de que mi novio me haga el amor usando máscara. Tan sólo de pensarlo me mojo la pantaleta. Me encanta cómo se dan sus azotones en el ring, me excitan tanto los atuendos de los luchadores que cada vez que voy a la arena México me pongo muy caliente, al grado de que quiero ir a los camerinos de alguno de los rudos para que me haga una que otra llave mientras me la mete por detrás. Soy tan adicta a la lucha que no me pierdo ningún día del aficionado o lucha de campeonato, me encanta ver los lances y las machincuepas de los gladiadores. Me gusta tanto la lucha libe que incluso estoy pensando en decirle a mi novio que por favor me haga el amor con alguna de las máscaras que he comprado. Aunque Carlos y yo ya tenemos varios meses saliendo juntos y comparte mi gusto por el espectáculo luchístico, no me atrevo a sugerirle que me la deje ir mientras usa una máscara de Blue Demon, además, tengo miedo de que si acepta me ponga muy ruda a la hora de la hora y le dé uno que otro pierrothazo y me lo descuente. Andrea

Estuvo de peluche...


Me gusta venirme en el peluche, y no me refiero a tirar toda mi maldad sobre los pelos de la cola de las morras, sino a que me gusta aventar mis mocos sobre los peluches que adornan alguna que otra cama.
Esa maña la agarré en casa de mi novia cuando un día me encontraba solo en su cama. Ella se metió a bañar después de que sudamos al echarnos un buen paliacate. El osito que yo mismo le dí el día de su cumple fue el culpable, sus ojitos se clavaron en mi reata y fue yo quien adivinó que él también deseaba que le diera para sus tunas.
Lo tomé del cuello y después de frotármelo contra el mastuerzo empecé a masturbarme con él. Al principio sí me costó trabajo acostumbrarme a la sensación de los peluches del oso, pues calentaban mi fierro, pero despuecito ya le agarré la maña.
Se la dejé ir y mi placer crecía, pues las orejitas del peluche rozaban mis tanates. Yo estaba tan caliente que incluso llegué a poner los ojos de huevo al venirme. Le eché los mecos a la boca sonriente del oso, y al ver que lo dejé todo embarrado sonreí de placer y gusto, pues no sólo había tenido semen para mi morra, sino también para su mascota peluda.
Desde entonces no discrimino ningún peluche: chiquitos, grandes, ojones, sonrientes o con cara de enojados, me sirven para consolarme después de parchar. Tengo la incontrolable necesidad de echarle el engrudo a cualquier muñeco inmediatamente luego de sacársela a mi mujer, y si no lo hago siento que todavía traigo cargada la pistola.
Mi nena ya no quiere dejarme matar su oso a puñaladas, al chile me dice que siente celos de que me guste más el peluche de su oso que el áspero de su cola. Me insiste en que deje de mequear sus monos y hasta me ofrece rasurarse el chango si es que quiero sentir que algo me raspe la pinga como sucede con los muñecos.