viernes, 17 de febrero de 2012

jueves, 9 de febrero de 2012

Ventriloquia...

Mis labios vaginales le dicen a mis amantes exactamente lo que deseo que me hagan en la cama. Mi parte más íntima se mueve a la voluntad de mis dedos para expresar mis deseos más bajos a la hora de la pasión.
Respondo al nombre de Daniela y soy una mujer de más de treinta años. No tengo una pareja fija en la cama, pero sí tengo amantes recurrentes que me quitan las ganas de sudar la sábana cada vez que lo deseo.
Te cuento mi aventura. Hace aproximadamente seis meses me encontraba con Luis en su departamento de soltero. Lo hicimos en el sillón, en la cocina y, ya para rematar, en la cama. Él me la estaba chupando cuando mis manos se instalaron en mi vagina, mis dedos comenzaron a acariciar mis labios vaginales a la par que la lengua de mi hombre.
De pronto, algo se apoderó de mí y empecé a hacer una voz extraña al mismo tiempo que movía mis labios vaginales. Mis entrañas húmedas eran mi personal y más íntimo muñeco de ventrílocuo y le pedían a mi hombre que me chupara con más fuerza.
El capítulo de ventriloquia se repetió con Pedro, quien no lo tomó tan bien como Luis, pues le pareció muy raro que me abriera de piernas en plena sala y moviera mi labio superior e inferior a la par que forzaba la voz pidiéndole que me metiera un dedo en la caverna resguardada por mis manipuladas carnes.
Pedro me lo metió, pero me pidió que dejara de fingir la voz, que le daban miedo los ventrílocuos y que incluso Titino, personaje que emulaba un muñeco que hablaba solo, le causaba mucho temor, motivo obvio por el cual tuve que abandonar mi acto artístico por lo que no pude gozar plenamente el orgasmo.
Saqué al temeroso de mi lista de amantes e incluí a Jorge, un hombre con menos inhibiciones y con más ganas de experimentar cosas novedosas en la cama. A Jorge pareció gustarle mi primer episodio de ventriloquia, incluso exclamó: "¡Vaya, hasta que me topo una vagina que dice lo que quiere!".
Así inventé el juego de escuchemos a la vagina, yo disfruto orgásmicamente que se agache hasta mi pubis y le susurre a mi pucha cosas íntimas, pues aprovecho para mover mis labios vaginales y decirle que quiero que me la meta por el ano o que ahora desea que la traten como a una princesa.
No hay placer más grande para mí que hacer que mi vagina hable. Pedro, mi amate más antiguo, ha empezado a entrarle al juego que tanto me encanta, aunque debo confesarte que la pasión se esfuma cuando él me pide que interprete lo que sus pedos expresan.

Futbolera...

Soy Ariadna y creo que he enfermado de lujuria. Todos lo días, después de ir al mercado, me paso a la cancha de futbol rápido a verle las piernas a los hombres que ahí se disputan el balón. Hay extremidades de todos los tamaños y a mí me gusta admirarlas detenidamente de arriba abajo, aunque el dueño de ellas tenga tremenda panza chelera. Me ha ocurrido que algunos de ellos tienen cuerpo de tinaco y cara de arrepentimiento, pero tremendas piernas labradas a mano, como las de las esculturas griegas. Mojo mi pantaletita al ver cómo esas anatomías se rozan entre ellas al tratar de disputar el balón para meter gol, me excita tanto ver cómo se marca sus músculos que solo pienso en frotar mi clítoris en ellos. Es inofensivo pasar horas admirando las patotas de los jugadores, solo miro, no toco, pienso que con mi fantasía no daño a nadie, aunque Raúl, mi marido, ha empezado a sospechar que le pongo el cuerno, pues en repetidas ocasiones ha llegado a comer a la casa y yo no tengo hechos ni el quehacer ni la comida.

Nada más la puntita...

Empecé por besarle el cuello, después le mordí la espalda, bajé lentamente hasta sus nalgas, estas temblaban al sentir mis respiración entre ellas y, sin perder tiempo, metí entre esos dos pedazos de carne mi dedo hasta sentir su húmedo ano. Samanta se estremeció como nunca, su cuerpo completamente desnudo y esperando mis caricias tembló de placer y angustia al desconocer mis movimientos. Samy gemía cada vez más fuerte y con el incremento de sus quejidos mi miembro se hacía cada vez más duro, pues mientras la dedeaba imaginaba lo fácil que se deslizaría mi pene en sus entrañas porque ella estaba más mojada que nunca. Deseaba abrirle las nalgas y dejársela ir, partirla en dos, descargar mis entrañas hasta quedar completamente seco... disfrutaba al máximo el momento. Le solté la melena que mi mano libre aprisionaba firmemente para tomarla de la cadera y ahora sí penetrarla, el placer era increíble. Le puse la puntita en medio de las nalgas decidido a embatirla con el primer empellón cuando Samanta me sacudió y me dijo que despertara, pues seguramente tenía una pesadilla, ya que estaba gimiendo muy feo. Antonio.

Mentada...

Me llamo Julia y me gusta que me mienten la madre justo en el momento en que tengo el orgasmo. He intentado quitarme esta grosera manía, pero no gozo de la misma manera. Alicia, mi anterior pareja, intentó curarme de este mal siendo amorosa conmigo, pero terminó aburriéndome su sexo tierno y sus delicadas palabras. He llegado a pensar que soy hija de la mala vida, que me encanta que me recuerden a mi jefa, quien por cierto es una mujer que poco se ha dedicado a cuidarme, pues prefirió mandarme a vivir con mis abuelos para que ella se diera la buena vida. Mi primera relación sexual fue a los dieciocho años con Pedro, un chavo mayor que yo que por cierto me trató mal. Cada vez que tenía sexo conmigo me escupía la cara y me decía que era una cerda. Tiempo después definí mi sexualidad y conocí el amor en Licha, quien al principio seguía mis órdenes en la cama y me la refrescaba, pero al final de nuestra relación no cooperaba con mis necesidades, por lo que decidí alejarme. Ahora solo busco parejas crueles y que disfruten mentarme la madre mientras me orgasmeo.

Son tus perjúmenes mujer...

Soy Silvino y creo que tengo un problema bien cañón. Mi esposa, Martha, tiene desde hace años un negocio de lavandería y mis vecinas le llevan sus prendas más íntimas a lavar, pues le tienen mucha confianza. Un día que me ofrecí a ayudarla en su labor, mientras sacaba la ropa sucia de los costales pude percibir un fuerte olor íntimo, en el aire circulaba aroma a bragas y, sin pensarlo mucho, me llevé una delicada prenda hasta la nariz para olfatearla del todo. Se me paró el miembro inmediatamente. Desde entonces me he ofrecido a ayudar a mi mujer los sábados que me toca descansar en mi trabajo, y sin que se dé cuenta yo aprovecho el momento para hurgar entre la ropa sucia de las vecinas para darme mis toques de olor. Ya soy tan experto en aromas que incluso creo que puedo distinguir la íntima fragancia de cada una de mis vecinas cuando pasan caminando frente al negocio.