lunes, 24 de septiembre de 2012

Lengua impotente...

Estoy desesperado, no hay doctor que tenga lo solución a mis males, no hay cura para mi padecimiento, y yo sufro sin consuelo. Después de mucho pensarlo me atreví a confesarle a mi doctor familiar que tengo un terrible mal que me impide desarrollarme como maestro en el sexo... pues estoy incapacitado para dar sexo oral. Mi incapacidad no radica en el asco o en la falta de pericia bucal; tengo que confesar que mi falla es de constitución humana, para pronto, mi lengua no es capaz de dar sexo oral. Cada vez que me atrevo a lengüetear la intimidad de mi compañera mi órgano bucal sufre una transformación, este se hace poroso y se irrita, es decir, se escalda como si me hubiera comido completitos dos corazones de piña. La irritación es tal que no puedo seguir en el acto sexual, incluso ya ni dando ricos besos. El escozor es tan salvaje que incluso me da un agudo dolor en tan húmeda parte, es tan intensa mi molestia que incluso tomar agua me produce un leve ardor. He tratado de buscar una solución a mi lengua impotente, me he untado de todo en ella, miel, azúcar y hasta crema hidratante, pero todo lo que me he puesto para prevenir la irritación resulta inútil. Los médicos que he consultado no me han podido ayudar, y muchos optan por declararse incompetentes al decirme que lo mejor que puedo hacer es no meter mi lengua en cuestiones sexuales.

Lamer...

Soy Pedro y confieso que no soporto el olor que sale de entre las piernas de mi mujer, Gloria. Me encanta metérsela en todo momento, sentir su vagina apretadita es para mí uno de los placeres más grandes que me ha dado la vida. Disfruto bajarle la ropa interior y dejarle ir mi pepino sin compasión una y otra vez hasta que aparece mi leche en escena. Se la echo en la pepa, arriba de sus pelos para que sienta lo tibio de mis fluidos. Ella disfruta mis embestidas incesantes, yo se la puedo dejar ir repetidas veces, sin presumir, hasta por casi media hora. Nuestros encuentros sexuales transcurren sin mayor problema solo mientras me concentre en metérsela. La bronca empieza cuando ella pide entre gemidos que se la chupe, que le lama la cotocha, y ahí sí, para que veas, confieso que se jodió la cosa. Poner mi nariz frente a su pubis me produce un gran asco, el olor que sale de entre sus pelos y sus labios vaginales es repugnante para mi olfato, y si me atrevo a lamer la parte es tan insoportable la náusea que tengo que salir disparado al baño a guacarearme. Por supuesto esto bajonea mucho a Gloria, ella piensa que su quesito me da asco, y aunque disfruto sentir su panochambear apretadita, no tolero, ni aunque me ponga una pinza en la nariz, el fétido olor que emana de su intimidad.

Usar bien la lengua

Soy Karen, tengo diecinueve años y no he conocido la reata de un hombre. Pero Genoveva, mi amiga íntima, me chupa el clítoris tan rico que me provoca explosivos orgasmos. Empecé mi vida sexual hace apenas unos meses. Me sentía muy temerosa para iniciarme en la actividad sexual con algún hombre, pues temía a quedar embarazada. Por ahora en mis planes solo está divertirme de lo lindo disfrutando de los placeres de la vida. Geno es mi compañera y mejor amiga desde hace ya algunos años. Fuimos juntas a la secundaria y no nos habíamos decidido a meternos mano, aunque sí la lengua en prolongados besos mientras dizque hacíamos la tarea. Debo confesar que en un principio mis besos eran muy atrabancados, la inexperiencia hacía que mis intercambios de saliva fueran violentos como olas en huracán. Una noche, cuando ya habíamos cumplido los dieciocho años, se quedó en mi casa para un trabajo final de la prepa. Sin querer mi codo rozo su pezón, y este se le puso muy duro; mi mirada se concentró en él, y sin saber por qué me puse húmeda. Ella se acercó más a mí y me besó. Yo le correspondí y le metí la lengua hasta el fondo de la garganta al tiempo que mis dedos presionaban fuertemente su pezón. Se lo apachurré tanto que ella gemía en mi boca. Yo estaba asombrada de que ese pedazo de carne me pusiera tan caliente. Sin pensarlo mucho le levanté la blusa y descubrí un seno bien formado, era muy bello, y la piel que lo cubría, mucho más. Le acaricié la areola con las yemas y después llené de besos la teta más hermosa que he visto hasta la actualidad. Geno no hacía otra cosa más que acariciarme la cabellera y gemir. Me sorprendió que me metiera la mano en el calzón; me apretó muy fuerte el clítoris y me jaló los vellos púbicos, así comprobó que de entre mis piernas emanaba un río de fluidos corporales íntimos. Ella me dedeó una y otra vez, y mi vagina recibió sus embestidas con gozo. Yo estaba loca de placer. Mi éxtasis era grande, y este creció cuando Geno me empezó a lamer el clítoris. Yo me retorcía de gusto y casi instantáneamente me vine entre gritos y manotazos. Ella se detuvo, se paró frente a mí, me miró, sonrió y me besó. Ahí pude probar a qué sabía mi intimidad, pues entre sus labios todavía se percibía el humor de mis entrañas. Desde entonces no hay encuentro en que sus chupetones de placer no me arranquen una muerte chiquita. No hemos definido si somos pareja, solo amantes o ambas. Como pacto femenino nos hemos rehusado a probar la reata masculina, y nuestra entrega es cada vez íntima, he aprendido a lamer hasta exterminar todos sus orgasmos. Te escribo estas líneas solo porque quiero que el mundo se entere de que el miembro masculino no lo es todo en la vida. Y aprovecho el espacio para invitar a la comunidad sexualmente activa a usar bien la lengua.