miércoles, 14 de noviembre de 2012

Destrozada...

Estoy en la depresión total. No como ni duermo bien después de que Tifanny me dejó para siempre. Mi mascota es la responsable de que esa hermosa y firme mujer que me dio noches enteras de sexo desenfrenado ya no pueda estar más a mi lado. Sé que fue mi responsabilidad, el amor desmedido que le tengo a mi mascota es lo que ocasionó que ella se haya ido para siempre, y ahora lamento amar tanto a mi perro. Sus dientes y fuertes mordidas apartaron a la mujer ideal de mi lado. He llorado largas horas tratando de reconstruir nuestro amor. No hay parche que repare lo que Huesos le hizo a su linda cara y a todo su cuerpo, la furia de mi canino no tuvo límites y ahora no hay cura para mi rubia superior. Las heridas son brutales, mi canino no respetó la desnudez de mi mujer y ella no se pudo defender. Párpado desgarrado, labio mordido, le perforó el cuello, le arrancó un pezón, le mordió las costillas, le perforó la pierna, se comió cuatro de los dedos de su pie, y casi de milagro no le arrancó el clítoris. Encontrar a Tifanny destrozada en la casa me causó una impresión que nunca olvidaré. Aún tengo pesadillas que me despiertan todo sudoroso, no puedo quitarme de la mente cómo sus ojos me miraban fijamente cuando la encontré hecha pedazos. Esa horrible imagen ha llegado a borrar muchos de los buenos momentos que viví a su lado. Horas completas de placer donde yo la hacía como quería antes de venirme en su carita de diosa. Docenas de posiciones son las que ella y yo nos aventábamos cuando decidía que era hora de sacarle punta al crayón. Una vez estaba tan caliente que decidí que se la metería en la cocina; la llevé hasta allí y arriba de la estufa se la dejé ir por todas partes. Primero empezó a succionármela, yo controlé los movimientos de su cabeza con mis manos, pero me la chupó tan rico que me vine en su garganta. Después la abrí de piernas y la embestí cual toro de lidia. La cosa no acabó ahí, pues sin que ella se lo esperara la volteé con suavidad para meterle mi miembro por el ano; no se lo batí mucho, pues estaba a punto del turrón y ahí, en sus suaves nalgas, me vine sin remedio. Con esa megaparchada quedó claro que la cocina no solo es un lugar para las mujeres, sino que un macho también puede hacer muy bien su trabajo. Ahora lloro por lo que Huesos le hizo a la musa de mis chaquetas. No encuentro consuelo e incluso he pensado en que mi fiero perro debe tener un castigo ejemplar por acabar con la autora de mi placer. Necesito un consejo, no he vuelto a gozar igual desde entonces, incluso he pensado en que mi can debe morir por haber destrozado mi muñeca inflable; no tiene perdón de Dios.

Abocarse...

Soy Neto y la neta es que tengo un problema severo a la hora de dar placer sexual. Sí, lo admito, soy un chico al que le gustan los hombres, lo sospeché en mi adolescencia y ahora que tengo cumplida la mayoría de edad sé que lo mío son las reatas. Hasta hace poco empecé a explorar mi sexualidad y dejé que por primera vez un hombre me penetrara. No voy a mentir, sentí dolor cuando la cabeza del glande de mi compañero intentaba abrirse paso entre mis nalgas mientras yo apretaba el ano, pues me dolía. Beto, mi hombre, con mucha más experiencia que yo, me recomendó que me relajara y dejara de apretar, pues podía rasgarme; le obedecí y sentí entonces una inmensa presión en mis entrañas, su miembro ya estaba dentro de mi recto y se movía suavemente. Él me la metió, y aunque estaba adolorido me hizo olvidar la molestia de mi parte trasera cuando después empezó a chupármela. Lo hizo tan majestuosamente que pensé de inmediato: ¡esto es lo que yo quiero hacer, quiero provocar este placer inmenso con mi boquita! Un ratito después de que me vine en su boca intenté darle a mi hombre también placer oral, pero desgraciadamente los colmillos de mi boca me traicionaron y en vez de ponerlo a gozar lo pusieron a gritar. Decepción tras decepción he vivido desde entonces cada vez que intento dar sexo oral; no sé si mi desesperación por hacerlo bien o lo filoso de mis dientes son los responsables de que mis amigos íntimos sufran constantes mordidas en sus miembros mientras trato de abocarme al asunto.

Hija del placer...

Me llamo Sandra y hasta hace apenas unos días, a mis veintidós años, dejé de ser virgen. No creas que es mi primera relación sexual, no soy una santa, pero tampoco soy una golfa que se acuesta con cualquiera, pero después de que varios falos me han penetrado por fin se rompió mi himen. ¿Que cómo lo sé? Pues fácil, se oyó un leve tronido desde de mi vagina, un tenue sonido salió de mis entrañas hasta mis oídos, y lo pude escuchar porque estábamos fornicando en completo silencio para que no nos cachara la chava de mi desflorador. La inmensa reata de Gerardo fue la que me hizo el favor de quitarme lo quintita. Mi amiga no dejaba de presumir que su hombre tenía un fierro digno de admiración y yo lo quise comprobar. Todas las reatas que me había comido antes no me habían hecho cosquillas, y aunque unas eran regordetas, ninguna de ellas era tan larga para romper la telita que resguardaba mi virginidad, hasta que llegó el monstruo venoso de Gerry, este sí que me hizo rico mientras Ana, mi íntima, se bañaba rápidamente. Ahora soy la más feliz, la manchita de sangre que quedó en mis bragas es la prueba de que ya no soy pura, que ahora soy una hija más del placer. El problema es que ahora ya no me conformo con cualquier pistola, solo revólveres supercargados disparan en mi vagina, pues ya no solo quiero que me vuelvan a tronar el ejote, sino que inmensos penes me partan en dos.

martes, 23 de octubre de 2012

Copular...

Unirse o juntarse sexualmente. O, juntar o unir algo con otra cosa.

Pamela, Andrea y Sofía...

Soy Pamela y escribo porque no sé si debo reiniciar mi amistad con una de mis íntimas amigas... luego de que un acto sangriento nos ha separado. No revelaré mi edad, pero soy una chica que está en crecimiento sexual igual que mis amigas Andrea y Sofía y que estamos iniciando la universidad. El destino nos ha mantenido juntas y fue el mismo destino el que nos hizo compartir los secretos de la intimidad. Vivimos en un edificio viejo y casi siempre tenemos todo el espacio para fantasear, pues los padres de las tres siempre han trabajado. Es común que alguna de nosotras pase mucho tiempo en la casa de las otras, permitiendo con ello tener nuevas aventuras y un sinfín de vivencias por demás ocultas; los muros de los departamentos son el testigo fiel de lo que ocurre entre nosotras. Nuestro primeros besos siempre fueron un gran acontecimiento para las otras; nos relatamos en secreto si nos metieron o no la lengua la primera vez que chocamos nuestros labios con los de un varón. Hemos sido muy buenas amigas y hemos aprendido con el paso del tiempo que es mejor contar con una amiga que aconseje que estar solas en esta etapa del despertar sexual. Ya estamos totalmente desarrolladas, las tres tenemos el pubis cubierto de pelos y las tetas son de muy buen tamaño. Debo ser sincera y confesar que los senos de Sofía son de no mames, pues están más grandes, aunque las nalgas de Andrea dejan sin respiro a cualquier chavo que la ve contonearse. Yo no tengo un culazo ni tetotas, pero mis amigas concuerdan en que tengo los pezones más perfectos de las tres, que ese montículo rosado alcanza la perfección cuando está completamente erecto. Nos contamos todo lo que nos pasa con los prospectos, y lastimosamente hemos llegado a la conclusión de que a los hombres solo les interesa meternos el pito o ya de plano el dedo. Por esta razón decidimos que el primer encuentro sexual tendría que ser con alguien en conexión, con nuestra alma gemela; en pocas palabras, entre nosotras. Estábamos decididas a probar nuestros jugos, a saber qué olores y calores producían la entraña de la otra, y organizamos que un viernes saldríamos tempra de la escuela para hacer la faena. Llegamos a casa de Sofía, ella había dispuesto todo para estar cómodas. Nos desnudamos en silencio. No podíamos dejar de mirarnos las tetas y los pelos de la cola. Fue impresionante ver cómo los pezones se endurecían y cómo nuestras respiraciones se aceleraban. Nos besamos. Empecé a besar a Andrea mientras Sofía le metía la lengua entre los labios vaginales; Andy me mordía la lengua al tiempo que gemía plácidamente. Yo me humedecí y deseaba que mi tetona amiga también me diera tan húmedas caricias. La mano temblorosa de Andrea encontró mi sexo, y de una forma delicada abrió mis labios vaginales y me metió el dedo. Mi vagina estaba empapada y ella pudo penetrarla muchas veces mientras mordía mis perfectos pezones. Comencé a tocar a Sofía, su piel estaba chinita y yo quería recorrerla toda; sus nalgas quedaron en mi cara y, sin pensarlo, le metí la lengua en el ano. Ella chilló de placer y yo no quería otra cosa más que seguir, en mi mente tenía muchas posiciones aún por realizar, estaba dispuesta a hacerlas todas, cuando de pronto vi que de entre sus piernas escurría un hilo de sangre... En ese momento me detuve en seco, pues empezó su menstruación.

Una de vampiros...

Me encanta el olor a azufre, creo que soy buen candidato para vivir en el infierno, pues me gusta el olor que emanan las entrañas de mi esposa cuando está reglando. Ese característico olor a óxido y tan peculiar que ocasiona la menstruación es un detonante para que yo traiga todo el día parada la reata. Solo basta entrar al baño después de que Samanta sale para percatarme de que su mezquite ha empezado y, con ello, la semana de fornicación más sangrienta de la historia. Ella evita decirme qué día le viene la regla, pues teme que una vez más le rompa los calzones y la deje toda batida después de metérsela por mucho rato. Piernas embarradas de sangre y pelos del pubis tiesos son tan solo algunos de los inconvenientes que ella tiene que sufrir al culminar mi primera embestida. Aunque me pida compasión, mi excitación no le dará tregua, no me puedo controlar, por lo que no me importa si mancho sábanas, ropa, sillón, colchón o hasta mi cara de menstruación. Eso sí, temo por mi estabilidad emocional, he pensado que soy una nueva especie de vampiro sexual, pues le bajo el sangrado a mi mujer a chupetones, no me importa que me quede dibujada la sonrisa de payaso en la cara.

Calistenia...

Soy Gustavo, tengo casi cincuenta años y soy muy metódico en la cama. Antes de desenfundar mi miembro y meterlo en la vagina, antes de comenzar el oficio de las artes amatorias, sigo al pie de la letra las reglas que me llevarán al orgasmo seguro. Antes de meter cualquier cosa en un agujero tengo que concluir mi rutina, si no, mi miembro viril no se pone duro. Tengo que hacer veinte minutos de calentamiento, estiro mis músculos para evitar desgarres y calambres, no quiero que mientras se la meto a Mónica me vaya a dar el tirón y pierda mi erección. Después del calentamiento me lavo manos, boca, pene y ano, es importante que los miembros que entrarán en acción estén libres de gérmenes. Después de eso ya estoy listo para la batalla: primero caricias, luego besos, después chupetones y, por último, penetración vaginal y anal. Tiene que ser en ese orden, siempre bajo las mismas normas para lograr vaciar mis testículos. Mi mujer se queja de la rutina, no quiere seguir el procedimiento para mi venida, asegura que esa rutina la tiene harta argumentando que para toda regla hay una excepción. Sin embargo, para mí, si hay excepción a la regla, hay excepción de eyaculación.

martes, 9 de octubre de 2012

Pináculo

Piná..culo...parte más sublime de una ciencia o de otra cosa inmaterial.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Lengua impotente...

Estoy desesperado, no hay doctor que tenga lo solución a mis males, no hay cura para mi padecimiento, y yo sufro sin consuelo. Después de mucho pensarlo me atreví a confesarle a mi doctor familiar que tengo un terrible mal que me impide desarrollarme como maestro en el sexo... pues estoy incapacitado para dar sexo oral. Mi incapacidad no radica en el asco o en la falta de pericia bucal; tengo que confesar que mi falla es de constitución humana, para pronto, mi lengua no es capaz de dar sexo oral. Cada vez que me atrevo a lengüetear la intimidad de mi compañera mi órgano bucal sufre una transformación, este se hace poroso y se irrita, es decir, se escalda como si me hubiera comido completitos dos corazones de piña. La irritación es tal que no puedo seguir en el acto sexual, incluso ya ni dando ricos besos. El escozor es tan salvaje que incluso me da un agudo dolor en tan húmeda parte, es tan intensa mi molestia que incluso tomar agua me produce un leve ardor. He tratado de buscar una solución a mi lengua impotente, me he untado de todo en ella, miel, azúcar y hasta crema hidratante, pero todo lo que me he puesto para prevenir la irritación resulta inútil. Los médicos que he consultado no me han podido ayudar, y muchos optan por declararse incompetentes al decirme que lo mejor que puedo hacer es no meter mi lengua en cuestiones sexuales.

Lamer...

Soy Pedro y confieso que no soporto el olor que sale de entre las piernas de mi mujer, Gloria. Me encanta metérsela en todo momento, sentir su vagina apretadita es para mí uno de los placeres más grandes que me ha dado la vida. Disfruto bajarle la ropa interior y dejarle ir mi pepino sin compasión una y otra vez hasta que aparece mi leche en escena. Se la echo en la pepa, arriba de sus pelos para que sienta lo tibio de mis fluidos. Ella disfruta mis embestidas incesantes, yo se la puedo dejar ir repetidas veces, sin presumir, hasta por casi media hora. Nuestros encuentros sexuales transcurren sin mayor problema solo mientras me concentre en metérsela. La bronca empieza cuando ella pide entre gemidos que se la chupe, que le lama la cotocha, y ahí sí, para que veas, confieso que se jodió la cosa. Poner mi nariz frente a su pubis me produce un gran asco, el olor que sale de entre sus pelos y sus labios vaginales es repugnante para mi olfato, y si me atrevo a lamer la parte es tan insoportable la náusea que tengo que salir disparado al baño a guacarearme. Por supuesto esto bajonea mucho a Gloria, ella piensa que su quesito me da asco, y aunque disfruto sentir su panochambear apretadita, no tolero, ni aunque me ponga una pinza en la nariz, el fétido olor que emana de su intimidad.

Usar bien la lengua

Soy Karen, tengo diecinueve años y no he conocido la reata de un hombre. Pero Genoveva, mi amiga íntima, me chupa el clítoris tan rico que me provoca explosivos orgasmos. Empecé mi vida sexual hace apenas unos meses. Me sentía muy temerosa para iniciarme en la actividad sexual con algún hombre, pues temía a quedar embarazada. Por ahora en mis planes solo está divertirme de lo lindo disfrutando de los placeres de la vida. Geno es mi compañera y mejor amiga desde hace ya algunos años. Fuimos juntas a la secundaria y no nos habíamos decidido a meternos mano, aunque sí la lengua en prolongados besos mientras dizque hacíamos la tarea. Debo confesar que en un principio mis besos eran muy atrabancados, la inexperiencia hacía que mis intercambios de saliva fueran violentos como olas en huracán. Una noche, cuando ya habíamos cumplido los dieciocho años, se quedó en mi casa para un trabajo final de la prepa. Sin querer mi codo rozo su pezón, y este se le puso muy duro; mi mirada se concentró en él, y sin saber por qué me puse húmeda. Ella se acercó más a mí y me besó. Yo le correspondí y le metí la lengua hasta el fondo de la garganta al tiempo que mis dedos presionaban fuertemente su pezón. Se lo apachurré tanto que ella gemía en mi boca. Yo estaba asombrada de que ese pedazo de carne me pusiera tan caliente. Sin pensarlo mucho le levanté la blusa y descubrí un seno bien formado, era muy bello, y la piel que lo cubría, mucho más. Le acaricié la areola con las yemas y después llené de besos la teta más hermosa que he visto hasta la actualidad. Geno no hacía otra cosa más que acariciarme la cabellera y gemir. Me sorprendió que me metiera la mano en el calzón; me apretó muy fuerte el clítoris y me jaló los vellos púbicos, así comprobó que de entre mis piernas emanaba un río de fluidos corporales íntimos. Ella me dedeó una y otra vez, y mi vagina recibió sus embestidas con gozo. Yo estaba loca de placer. Mi éxtasis era grande, y este creció cuando Geno me empezó a lamer el clítoris. Yo me retorcía de gusto y casi instantáneamente me vine entre gritos y manotazos. Ella se detuvo, se paró frente a mí, me miró, sonrió y me besó. Ahí pude probar a qué sabía mi intimidad, pues entre sus labios todavía se percibía el humor de mis entrañas. Desde entonces no hay encuentro en que sus chupetones de placer no me arranquen una muerte chiquita. No hemos definido si somos pareja, solo amantes o ambas. Como pacto femenino nos hemos rehusado a probar la reata masculina, y nuestra entrega es cada vez íntima, he aprendido a lamer hasta exterminar todos sus orgasmos. Te escribo estas líneas solo porque quiero que el mundo se entere de que el miembro masculino no lo es todo en la vida. Y aprovecho el espacio para invitar a la comunidad sexualmente activa a usar bien la lengua.

martes, 28 de agosto de 2012

La cereza del pastel...

Apego...

Tengo seis años de casada, y aunque no todo ha sido miel sobre hojuelas, desde hace poco las cosas en casa han subido de intensidad, pues ahora mi viejo no nada más me da de nalgadas en la cama cuando estamos haciendo cuchi cuchi, sino que ahora me pega por cualquier motivo. Si no alcanza el dinero para pagar la renta, me pega; que ya nos quedamos sin gas, me pega; que se acabó la leche, me pega; que los frijoles no tienen sal, me pega; que no estoy lista con las piernas abiertas cuando me la quiere meter... me pega. Ya no aguanto tantos abusos, mi humanidad ya no soporta tanto traqueteo. Ya no hay manera de disimular los moretones que lucen mis magullados brazos, parezco loca y mis amigas murmuran cada vez que salgo a la tienda o al mercado con suéter a pesar de que hay un intenso sol. Sus maltratos son cada vez más seguidos y siempre después de una paliza agradezco que venga la reconciliación. Me lo hace con tanta furia que yo de menos tengo dos orgasmos antes de que él rendido eyacule y se eche a dormir como bestia a un costado mío. Me gusta su fierro, aunque no sus maltratos. Eso sí, agradezco que no me pegue en la cara porque no aguantaría la vergüenza en la calle. He intentado razonar con él, pero no escucha, pues cada vez que le digo que lo voy a dejar me da una tunda y, después, tremenda cogida. No sé qué hacer, necesito ayuda desesperada, pues soy tan adicta a su miembro viril que temo nunca poder abandonarlo.

Directo...

A lo que nos truje: soy un hombre al que le gusta ir directo al grano, así es en mi vida social como en lo sexual. Y para pronto creo que ese es mi problema. Entrando a fondo, me gusta mucho una compañera del trabajo. Desde hace ya algunos meses le traigo unas condenadas ganas de meterle mi reata hasta por las orejas, estoy convencido de que nunca ningún machín la ha hecho gritar de placer como yo lo haría. No soy un hombre de cortejo, a mí me gusta ir directo al grano para no perder el tiempo; para pronto, pongo mis cartas sobre la mesa cuando una hembra me gusta, sin rodeos le digo de frente que lo único que quiero es abrirle las piernas para meterle mi chile, que disculpe mi honestidad, pero lo único que deseo es hacerla gemir con cada una de mis embestidas. La mayoría de las mujeres accede a mis palabras, son muy pocas las que de inicio me mandan a volar. Eso no me preocupa, pues al final del día mi reputación de excelente picador hablará por mí y acabarán rendidas en mi colchón implorando que se las deje ir. Mi método de seducción funciona, siempre tengo éxito y me llevo en la memoria del sentido del gusto el perfume de la entrepierna de mis conquistas. No hay mejor fragancia corporal que la que se mezcla entre pelos, vulva, labios vaginales y pliegues íntimos. Recapitulando, nunca he cambiado mi estrategia, pues esta funciona a la perfección, por lo que no vi necesario llegarle de otra forma a Pilar. Una tarde, después del trabajo, me acerqué a su oído y con voz susurrante fui al grano y le dije que sus tetas estaban tan sabrosas y que entre ellas podría hacerme una chaquetota rusa. Ya con la lengua enfilada y con la reata parada seguí con mi letanía seductora. "Tienes unas nalgas de ángel cachetón, yo me sentaría frente a ellas a esperar a que hablaran; tus pedos, aunque apestosos, serían manjares para mi nariz; pedorréate y cágate en mí", le dije entre dientes. Ella estaba inmóvil, no sabía si en verdad estaba excitada por mis insinuaciones o si estaba asustada, por lo que yo seguí. "Te voy a lamer tanto el clítoris que lo voy a desaparecer a lengüetazos; tu placer será grande, pero no tanto como lo estará ya mi pene, duro y esperando el momento de partirte en dos". Seguí: "Te abriré de piernas y te la meteré sin compasión hasta que toda mi leche se vacíe dentro de ti". Recién acabé esa oración, ya estaba a punto de venirme, la verdolaga ya no me cabía en los pantalones, cuando de pronto ella volteó, me sonrió y me dijo: "¿Perdón, me dijiste algo? No te escuché, pues de ese oído soy completamente sorda". No se lo pude volver a repetir.

jueves, 7 de junio de 2012

Látex...

Bien puerca en la cama...

Estoy entre la espada y la pared, pues no sé qué hacer. Tengo por fin las armas para desenmascarar a mi prima santurrona que se las da de muy santa, pues la sorprendí mientras buscaba un hombre para tener sexo desenfrenado. Siempre me ha chocado que la muy ladina se quite la edad para dizque ser más joven, pues a leguas se le notan los casi cuarenta años que tiene encima, las arrugas de los ojos no mienten. Pero ahora resulta que ella es cinco años más chica que yo aun cuando nacimos el mismo año. Siempre he tratado de no meterme en las cosas que no me importan, pero la valiosa información que poseo le quitaría por fin la imagen de mosquita muerta y célibe que su progenitor le ha hecho en la familia. Para él, todas las demás primas somos unas nalgasprontas. La sorprendí sin querer queriendo, estábamos en su cuarto y por un momento me quedé dormida, instante que aprovechó para entrar a su correo electrónico y, de paso, a una que otra página en las que dan oportunidad de conocer hombres. El ruido del tecleo rápido fue lo que me despertó. Yo medio adormilada vi que se levantó al baño, el sonido de la puerta cuando se cerró fue lo que me despabiló definitivamente. Acto seguido me levanté a curiosear y ver qué la tenía escribiendo tan ansiosamente. Leí: “¡Soy Faby, tengo treinta años y soy bien puerca en la cama. Me gustan los penes grandes que me partan en dos, contáctame!”. Me quedé fría al leer aquella directa confesión, y llena de morbo seguí leyendo: “Vivo por la colonia Roma, estoy dispuesta a abrirme de patas en el hotel que me indiques. Tú pagas el cuarto y yo te chupo el chile y hasta dejo que me la dejes ir. Soy niña bien, cero enfermedades sexuales, solicito que lleves condones de diversas texturas para divertirnos más”. Y Seguía: “No me opongo al sexo anal, me gusta que me empujen el desayuno. Hombres de pito chiquito, por favor, absténgase. Mi teléfono es...”. Escuché desde lejos cómo ella le jaló al escusado y con el corazón apunto de salirse de mi pecho salté sobre la cama y me hice la dormida. Mi pirujita prima salió del baño y se volvió a sentar frente a su computadora. Yo hice ruido e hice como que empezaba a despertar. Ella súbitamente cerró su caliente sesión y se volteó a sonreírme. Le pregunté que qué hacía y la muy hipócrita respondió: “Nada, solo revisando a qué hora es el rosario de la vecina Chepinita, que murió hace tres días y que en gloria esté”. Mi dilema es: ¿acuso a Faby la comepollas gigantes y la desenmascaro de una vez por todas o de plano me pongo pico de cera y me llevo mi secreto hasta la tumba?

Calores genitales...

Me llamo Fernanda y desde hace unos meses se me ha metido en la cabeza y en los calores de mis genitales mi primo Armando, me lo quiero echar a toda costa. Ya he perdido la pena y sin pelos en la lengua le pregunté si lo tenía chiquito o grandote, armándome de valor le dije: “A juzgar por el bulto que se te hace en el pantalón seguro lo tienes de elefante... gordo y largo". Él se sorprendió mucho por mis palabras y hasta me dijo: “No mames, Fernanda, estás bien piche loca”. Sí estoy loca, pero loca porque él me la meta hasta que me saque los ojos. Paso noches enteras imaginando cómo él me la deja ir mientras me dice que me ama y que no hay mujer en el mundo más bella y buena que yo. He intentado sacarme de los pensamientos a Armando, pero no hay amigo o conocido que logre sacarme el deseo de la piel, aunque sí lo he intentado varias veces. Estoy desesperadamente enamorada, pinto corazones por todos lados con nuestras iniciales y hasta imagino lo bellos que saldrían nuestros hijos.

La duda...

Tengo casi cincuenta años y hasta hace poco supe que creo que soy gay. Aunque ya estoy medio cascabel, me mantengo muy bien, hago bastante ejercicio, por lo que tengo un cuerpo firme. Salí de fiesta con unos amigos y mi sorpresa fue que me ligué a una chava de treinta en el bar, ella me miró y luego luego me tiró la onda. Nos fuimos a mi departamento y tuvimos sexo desenfrenadamente. Ya para el tercer ataque mis fuerzas estaban mermando, y ella, sin pensarlo mucho, se colocó detrás de mí para masturbarme desde ese ángulo mientras me besaba la espalda. Estaba disfrutando la manuela cuando ella con un movimiento casi de rayo metió su dedo en mi ano. Yo sentí un dolor fuerte que rápidamente se transformó en placer y me vine como nunca, creo que jamás había visto tanto semen derramado sobre mis sábanas. Eyaculé entre gritos de placer y dolor. Ella sacó su dedo, me volteó, me tiró sobre la cama y me sonrió mientras se posaba sobre mí para masturbarse. Aún me dolía el ano, pero era increíble ver cómo tallaba su clítoris contra mi estómago. Me escaló e hizo que le chupara la vulva, pues estaba a punto de venirse. Olvidé mi dolor y me apliqué a darle mordisquitos en los labios vaginales y el clítoris. Fue un encuentro increíble, pero no sé si soy gay porque me gusta que me dedeen la cola.

viernes, 4 de mayo de 2012

Dulce tormento...

Rudeza innecesaria...

Me llamo Ana, tengo treinta y cinco años y, la verdad, la neta, al chile, soy bien puerca en la cama. Mario, mi hombre, ha aprendido a complacerme cada vez que tenemos sexo. Antes era un tipo tierno que me trataba en la intimidad como una flor que está a punto de deshojarse, pero ahora es todo un macho dominante. No fue fácil entrenarlo, me costó trabajo hacerlo a mi manera. Uno que otro escupitajo, cachetada e insulto hicieron de él un hombre mejor. Ahora sabe perfectamente cómo encenderme la mecha. Soy extrema en la cama, me gusta rifármela para que no se digan malas cosas de mí. Eso sí, tengo fama de ser una mujer incansable en la intimidad, o como dicen por ahí, tengo mucha energía sexual. Para pronto, soy bien caliente. Desde siempre he sabido que la ternura no es lo mío, me gusta el trato rudo y duro, me mojo cuando mi hombre me somete, me la mete y me dice cosas muy fuertes al oído. Perra, bruta, fácil y vieja caliente son algunas de las pocas palabras que me prenden cuando me las susurran despacito. Pocas veces he llegado a los golpes, eso sí, no dejo pasar la ocasión cuando estoy de a perrito para que me den unas buenas nalgadas al tiempo que me gritan: "¡Niña mala, ahí te va tu castigo!". Sentir las nalgas rojas y ardientes es un placer exquisito para mi humanidad. Cuando me la están metiendo siempre le pido a mi hombre que me hable rudo y acompañe las instrucciones sexuales de un insulto fuerte para que yo me prenda más y mueva más las caderas para que su chile se ensanche y se venga de a chorros sobre mi piel. Disfruto mucho que me la meta por detrás mientras me jala los cabellos. Imagino que me va cabalgando y que me embiste en cada galope. Me pongo mojadita solo de pensar que él me jala de las greñas como si estas fueran la crin del caballo, y me da puyazos y sus testículos golpean mis nalgas. También me gusta montar a mi hombre. Siempre que me le monto pienso que soy la amazona más caliente del mundo y que voy a llegar a la meta del orgasmo al tiempo en que muevo mi cadera rítmicamente. El placer es mayúsculo si cada vez que estoy arriba él dice: “Muévete, piruja, para eso te pago”. En resumidas cuentas, me gusta que me insulten en la cama y que me traten muy rudamente. No pienso dejar de hacerlo, y solo te escribo para que... ¡te mueras de la envidia, perra!

Escuchar no lo es mismo que oir...

No sé qué hacer. A mi vecina se la dejan ir entre golpes y groserías cada tercer día y yo mojo mi calzón al imaginar cómo su marido, quien es un hombre feo con efe de foco fundido, se la mete hasta por la orejas. No estoy reportando una violación, pues los gemidos de Rosa son tan placenteros cuando su macho le está dando, que no creo que ella acuda a las autoridades a denunciar tal atropello. Mi preocupación es otra. Vivo en un edificio de muros de tablarroca, por lo que es fácil escuchar lo que ocurre en el departamento de junto en medio de la noche y en la calma total. No me preocupa que ella obtenga su placer entre mentadas de madres y catorrazos, lo que de verdad me tiene consternada es que yo al escuchar el acto sexual me excito y hasta me masturbo. Percibir los resoplidos del gordo, bigotón, cacarizo, chimuelo, calvo y hasta maloliente taxista mientras monta a su mujer me hace retorcerme de placer. Me excito tanto al escucharlos en su acalorado entre que mi dedo busca mi timbre de placer, mi clítoris, y lo manipula hasta que me vengo. No sé qué hacer, ahora he pensado incluso en dormir con tapones especiales en los oídos para mitigar el ruido. Tengo miedo de que esos menesteres nocturnos afecten mi intimidad, temo que mi excitación ahora solo provenga de hombres de mal aspecto que toman el sexo como un deporte rudo.

Arrepentimiento...

Me siento miserable, le fallé a mi madre, pues no cumplí mi voto de castidad para llegar virgen al matrimonio y cedí ante la petición de Verónica en pleno faje. Tengo años resistiéndome a la penetración, la masturbación para mí era el desahogo a todas mis frustraciones sexuales. Vengo de una familia muy conservadora y mantengo una estrecha relación con mi madre, quien es la coordinadora de las actividades sabatinas en la iglesia de la colonia. A ella le prometí mantenerme célibe hasta encontrar a la mujer con la cual me casaría. Teme que yo me contagie de quién sabe qué cosa o de que engendre sin estar casado. Yo apoyo su idea, pues creo en el matrimonio y en el sexo con amor... Bueno, eso era antes de conocer a Vero, una compañerita de la universidad. Cedí ante la tentación un sábado por la tarde mientras mi madre estaba ocupada en sus actividades. Vero me miró provocativamente y me besó sin pensarlo mucho. Me metió la lengua y esta jugueteó en mi boca. Yo le correspondí como era debido, pues sentía un gran deseo de experimentar. Inmediatamente sentí cómo mi pene crecía entre mis calzones, se puso bien duro, y ella lo sacó de entre mi cierre y lo acarició. Mi placer creció cuando ella se subió la falda y se bajó los calzones para sentarse sobre mí, y fue entonces que me dijo: "Métemela". Yo simplemente lo hice, y supe lo que era un orgasmo de verdad.

martes, 17 de abril de 2012

Libre albedrío...


Ahí usted decida...

Buena por donde te fijes...

Me llamo Eduviges y no es por presumir, pero sí estoy buena por donde te fijes.
Tengo treinta y cuatro años y me acabo de divorciar, he regresado al mundo de la libertad y la fiesta. Después de siete años de casada ahora sé lo que significa echarse un palito sin remordimiento, es decir, por fin me puedo tirar a quien se me antoje sin miedo a que Carlos, ahora mi exmarido, se entere.
El proceso de separación fue doloroso, pues no tuve otro hombre entre mis piernas más que a mi marido el día que me estrenó. Me divorcié no por estar cansada de los celos enfermizos de Carlos, sino porque todo el mundo se enteró de que él ya tenía dos hijos con una compañera del trabajo, y yo así no juego.
Con él todo en la cama era rutinario, yo tenía que dormir con camisón y sin calzones para que él, si le apetecía, me hiciera suya. Le gustaba penetrarme rápidamente sin importarle que no estuviera lubricada; me la metía, me embestía dos o tres veces, se venía y se dormía.
Cuando él terminaba yo me levantaba deprisa a orinar para sacarme los mocos que había depositado en mí, lo tenía que hacer rápido para evitar que su semen escurriera entre mis piernas y embarrara mi piyama. Era una lata buscar un camisón limpio en medio de la oscuridad.
Al regresar del baño yo tenía que meterme a la fuerza entre sus brazos para acurrucarme, era complicado, pues él se dormía rápido y no era otra cosa más que un bulto de carne que roncaba. Creo que me amaba a su forma.
Siempre me lo hizo de la misma forma, no conocía otra posición sexual más que la del misionero, y cada vez que le insinuaba que yo no disfrutaba y que quería probar nuevas formas, me miraba feo y me decía que ni las pirujas gozan porque se las metan, pues lo ven con un trabajo. Yo me quedaba conforme.
La ruptura con Carlos fue dura, pero mis amigas no me dejaron sola, ellas fueron las que me sacaron de la depresión al invitarme a salir. Fuimos a bailar, yo tenía mucho tiempo sin sacudir la polilla, y ahí, en medio de la pista, conocí a Alberto, un hombre que me hizo temblar cuando puso su mano en mi cintura.
Me dejé llevar y esa noche me fui al departamento de mi nuevo amigo. Bebimos, nos besamos y una cosa llevó a la otra. Él me tocaba por todas partes, me metió la mano en el calzón y apachurró algo entre mis piernas. Temblé de placer, mi entraña se llenó de calor. Tiempo después supe que eso era mi clítoris.
Alberto me preguntó si era buena chupando, yo le dije que ya estaba muy tomada, que no me diera más, pero él se rió y me dijo: qué chistosa. Acto seguido se bajó el cierre, se sacó el miembro y me lo puso en la cara. Nunca lo había visto tan de cerca, creo que hasta bizcos hice.
Me lo acercó a la boca y me dijo chupa. Yo me quedé estupefacta y sin pensarlo mucho lo hice. Me tomó del cabello y empujaba su falo al fondo de mi boca, sentía que me ahogaba, pero aguanté sin meter los dientes porque él gemía de placer como toro embravecido.
Terminó en mi boca y por primera vez probé el sabor de aquel líquido tibio. Lo estaba saboreando cuando me besó bruscamente y me poseyó como nunca mi ex lo hizo. Lo hicimos en todas posiciones y hasta después de descansar un rato él lamió entre mis piernas.
No hay imagen que supla en mi cabeza la de la mamada, en todo momento pienso en chupar otro miembro para repetir el sabor salado y agrio en mi boca. Quiero seguir el consejo de una marca de papas fritas: ¡a qué no puedes comer solo una!

Cortaditas...

Necesito ayuda rápido, pues no sé cómo curarme las heridas de la pinga. Tengo el chilín todo rasguñado y cortado y ya han empezado a molestarme las costras de heridas viejas. Mi novia es muy brusca a la hora que me lo chupa y sus dientes ya han dejado marcas permanentes en mi miembro. No sé si debo acudir al médico para que le eche un oclayo a mis heridas y me recete algo más efectivo para curarlas que el mertiolate que actualmente uso y que me hace ver la reata colorada. Martha es muy enjundiosa, y aunque se esfuerza para darme placer, en cada succionada su colmillo chueco le juega malas pasadas a mi pistola. Sí hay dolor cuando se me levanta la piel del fierro, pero a la vez siento un gran placer cuando la lengua de mi leidi me está chupando la cabezuda y de inmediato se me olvida el dolor y me vengo echándole todos mis moquitos en su linda carita. No hay dolor mientras la tengo dura, el calvario empieza cuando el animalón se me pone flácido y hay que agarrarlo para orinar. No quiero que Martuchis deje de darme mis mamelucos, pero tengo miedo que de tanta cortadita haga que se me ponga negra la cosa y ya de plano se me caiga.

Hablemos de sexo...

Hola, soy Roberta, tengo dieciocho años recién cumplidos y tengo muchas dudas acerca del sexo. Vengo de una familia conservadora y me da muchísima pena preguntarle a mi madre sobre este escabroso tema. Ella no tiene mucho tiempo para mí, pues debe cuidar a mis dos hermanitos gemelos recién nacidos y yo necesito saber con urgencia qué es el sexo oral. En la escuela mis maestras no hablaron mucho al respecto cuando nos tocó verlo en el temario, solo se enfocaron en la cuestión de la reproducción humana y vimos las partes del cuerpo femenino y masculino. No tengo amigas ni internet para averiguar cómo es la cuestión y a mí se me acaba el tiempo para darle una respuesta a Javier, el chico que me gusta tanto. Él me propuso que nos diéramos sexo oral para probarnos y ver si andábamos, me aseguró que no hay peligro de quedar embarazada y que es una gran experiencia. No quiero que Javi se aleje de mí, me gusta mucho desde la secundaria y él por fin me está pidiendo que sea su chava. Tengo lo que resta de la semana para darle una respuesta y yo todavía no sé si sexo oral es algo más que simplemente sentarse a hablar sobre sexualidad y posiciones sexuales, es decir, ¿sexo oral es hablar de sexo?

jueves, 8 de marzo de 2012

Sin vergüenza...


En un lugar no tan lejano...hace no tanto tiempo... una princesa... se despojó de su ropita al ritmo de la música...

Chiquitita...

Voy a hablarte al chile pelón, como dicen los mexicanos. Soy enanita, mi estatura me ha creado muchos complejos, uno de ellos es el no poder disfrutar en la cama ahora que estoy decidida a empezar mi vida sexual. Tengo veinte años y hasta ahora me he conservado inmaculada para entregarme al hombre que de verdad me quiera por lo que llevo dentro y no por mi metro de estatura. Me gusta pensar que soy un perfume caro en un frasco chiquito, por eso me he resistido a compartir la cama con curiosos que me han ofrecido complacerme entre las sábanas solo por morbo. No deseo que mi compañero sexual me vea como una atracción de circo, por ello me he detenido para probar el sexo y me he negado a que mis compañeros de cachondeo me penetren. Aunque estoy ansiosa por tener mí primer encuentro sexual, tengo miedo de que mi primera vez sea mortal. Me aterra imaginar que un enorme pene erecto destroza mis entrañas, se me eriza la piel al pensar que mi diminuta vagina no podrá resistir tan duras embestidas y que acabaré muerta y exhibida en algún periódico: "¡Extra, extra, enanita destripada por calenturienta, la penetraron y la mataron!".

Diminuto...

Tengo un marido bien jariosote, me revuelca por el piso y me echa su semen en la cara, pero yo tengo poco deseo sexual. Desde hace pocas semanas me he vuelto un hielo en la cama, no hay caricia íntima o beso mordelón que despierte mi jariosa interna. Para pronto, no hay lumbre que caliente mi fogón como Dios manda. Siempre he sido una mujer complaciente con Ernesto y aun cuando estoy cansada por haber madrugado y haberme llevado la joda, siempre tengo abiertas mis piernitas para que él entre a matar a la bestia, y yo hago mi parte para que ambos disfrutemos la movida sexual. Pero mi voraz deseo carnal se fue haciendo diminuto sin causa aparente, ahora detesto que llegue a untarme el camarón mientras lavo los trastes. Me pongo muy encanijada cada vez que él intenta agarrarme las chichis en tono de jugueteo sexual, tengo ganas de aventarle el florero que descansa en mi buró para que deje de hacer esas maniobras que me molestan y para nada me excitan. Mi diminuto apetito sexual ha empezado a traernos problemas, no estoy dispuesta a que me siga echando baba en la vagina para lubricarla, ahora sí ya no me dejaré penetrar ni por compasión, que entienda que si mi vagina está seca es porque no quiere ser profanada, y si está mojada es porque quiere ser penetrada.

Miniatura...

Tengo cuarenta años, mido dos metros de estatura, tengo la barba larga, pies enormes, manos grandes y, por desgracia, un pene que no corresponde a las proporciones de mi envergadura, es decir, lo tengo chiquito.
No me he casado por razones obvias, las damiselas se desilusionan a la hora de verme completamente desnudo. Con mi diminuto amigo no podré retener a ninguna mujer a mi lado, mi lengua y mis manos no siempre son el mejor recurso para quitarles el deseo sexual.
Soy un hombre de corta experiencia sexual debido a mi diminuto soldado. Lo tengo tan chiquito que incluso en una ocasión una prostituta se compadeció de mí y me cobró la mitad de la tarifa, pues dijo que sintió como que nada más le metieron la puntita. Ese día estuve a punto del suicidio.
Otra de mis compañeras me dijo después del encuentro sexual que si de pequeño había tenido algún accidente que me lo hubiera dejado quichito. Me preguntó con brusquedad: "Oye, ¿no te lo habrás rebanado alguna ocasión y ni sentiste?". Ella no daba crédito a que yo tuviera tremendo cuerpo de roperote y que mi miembro fuera una diminuta llavecita de diario de adolescente.
No pasa una hora del día en que no sueñe con que mi miembro viril parta en dos a una mujer de placer. Regreso a mi realidad cando me tengo que masturbar en solitario sobre mi cama y sufro porque mi enorme mano cubre todo mi miembro y hasta mi glande, no es nada sencilla la tarea de estimularme.
Mi reatita es tan pequeña que solo necesito dos dedos para moverla al compás del ritmo masturbatorio, el gordo y el índice son suficientes para cubrir toda su longitud. Cada vez que me la jalo parece que estoy agarrando una pizca de carne y sangre para poder eyacular.
Es una tortura ir a orinar a los mingitorios, pues aunque nadie lo crea, los hombres solemos echar un ojo a la reata que orina a un costado para comparar; muchos hasta se han meado las manos cuando se sorprenden al ver a mi polluelo saliendo de las plumas de pelos para escupir el chorro de orina.
He utilizado todos los métodos que están a mi alcance para agrandarme el pene. Pomadas, pastillas y aparatos raros que se ponen en el miembro no han tenido ningún resultado positivo y sí me han dejado muy adolorida la parte. Estoy muy triste y desilusionado porque la tengo chiquita.
Mi diminuta pistola me tiene deprimido, no hay día en que no piense en que lo mejor para mí es vender el departamento que me dejó mi madre para costear los gastos de la cirugía para agrandarme el miembro o, ya de plano, volverme joto para por lo menos tener una reatota dentro de mí.

viernes, 17 de febrero de 2012

jueves, 9 de febrero de 2012

Ventriloquia...

Mis labios vaginales le dicen a mis amantes exactamente lo que deseo que me hagan en la cama. Mi parte más íntima se mueve a la voluntad de mis dedos para expresar mis deseos más bajos a la hora de la pasión.
Respondo al nombre de Daniela y soy una mujer de más de treinta años. No tengo una pareja fija en la cama, pero sí tengo amantes recurrentes que me quitan las ganas de sudar la sábana cada vez que lo deseo.
Te cuento mi aventura. Hace aproximadamente seis meses me encontraba con Luis en su departamento de soltero. Lo hicimos en el sillón, en la cocina y, ya para rematar, en la cama. Él me la estaba chupando cuando mis manos se instalaron en mi vagina, mis dedos comenzaron a acariciar mis labios vaginales a la par que la lengua de mi hombre.
De pronto, algo se apoderó de mí y empecé a hacer una voz extraña al mismo tiempo que movía mis labios vaginales. Mis entrañas húmedas eran mi personal y más íntimo muñeco de ventrílocuo y le pedían a mi hombre que me chupara con más fuerza.
El capítulo de ventriloquia se repetió con Pedro, quien no lo tomó tan bien como Luis, pues le pareció muy raro que me abriera de piernas en plena sala y moviera mi labio superior e inferior a la par que forzaba la voz pidiéndole que me metiera un dedo en la caverna resguardada por mis manipuladas carnes.
Pedro me lo metió, pero me pidió que dejara de fingir la voz, que le daban miedo los ventrílocuos y que incluso Titino, personaje que emulaba un muñeco que hablaba solo, le causaba mucho temor, motivo obvio por el cual tuve que abandonar mi acto artístico por lo que no pude gozar plenamente el orgasmo.
Saqué al temeroso de mi lista de amantes e incluí a Jorge, un hombre con menos inhibiciones y con más ganas de experimentar cosas novedosas en la cama. A Jorge pareció gustarle mi primer episodio de ventriloquia, incluso exclamó: "¡Vaya, hasta que me topo una vagina que dice lo que quiere!".
Así inventé el juego de escuchemos a la vagina, yo disfruto orgásmicamente que se agache hasta mi pubis y le susurre a mi pucha cosas íntimas, pues aprovecho para mover mis labios vaginales y decirle que quiero que me la meta por el ano o que ahora desea que la traten como a una princesa.
No hay placer más grande para mí que hacer que mi vagina hable. Pedro, mi amate más antiguo, ha empezado a entrarle al juego que tanto me encanta, aunque debo confesarte que la pasión se esfuma cuando él me pide que interprete lo que sus pedos expresan.

Futbolera...

Soy Ariadna y creo que he enfermado de lujuria. Todos lo días, después de ir al mercado, me paso a la cancha de futbol rápido a verle las piernas a los hombres que ahí se disputan el balón. Hay extremidades de todos los tamaños y a mí me gusta admirarlas detenidamente de arriba abajo, aunque el dueño de ellas tenga tremenda panza chelera. Me ha ocurrido que algunos de ellos tienen cuerpo de tinaco y cara de arrepentimiento, pero tremendas piernas labradas a mano, como las de las esculturas griegas. Mojo mi pantaletita al ver cómo esas anatomías se rozan entre ellas al tratar de disputar el balón para meter gol, me excita tanto ver cómo se marca sus músculos que solo pienso en frotar mi clítoris en ellos. Es inofensivo pasar horas admirando las patotas de los jugadores, solo miro, no toco, pienso que con mi fantasía no daño a nadie, aunque Raúl, mi marido, ha empezado a sospechar que le pongo el cuerno, pues en repetidas ocasiones ha llegado a comer a la casa y yo no tengo hechos ni el quehacer ni la comida.

Nada más la puntita...

Empecé por besarle el cuello, después le mordí la espalda, bajé lentamente hasta sus nalgas, estas temblaban al sentir mis respiración entre ellas y, sin perder tiempo, metí entre esos dos pedazos de carne mi dedo hasta sentir su húmedo ano. Samanta se estremeció como nunca, su cuerpo completamente desnudo y esperando mis caricias tembló de placer y angustia al desconocer mis movimientos. Samy gemía cada vez más fuerte y con el incremento de sus quejidos mi miembro se hacía cada vez más duro, pues mientras la dedeaba imaginaba lo fácil que se deslizaría mi pene en sus entrañas porque ella estaba más mojada que nunca. Deseaba abrirle las nalgas y dejársela ir, partirla en dos, descargar mis entrañas hasta quedar completamente seco... disfrutaba al máximo el momento. Le solté la melena que mi mano libre aprisionaba firmemente para tomarla de la cadera y ahora sí penetrarla, el placer era increíble. Le puse la puntita en medio de las nalgas decidido a embatirla con el primer empellón cuando Samanta me sacudió y me dijo que despertara, pues seguramente tenía una pesadilla, ya que estaba gimiendo muy feo. Antonio.

Mentada...

Me llamo Julia y me gusta que me mienten la madre justo en el momento en que tengo el orgasmo. He intentado quitarme esta grosera manía, pero no gozo de la misma manera. Alicia, mi anterior pareja, intentó curarme de este mal siendo amorosa conmigo, pero terminó aburriéndome su sexo tierno y sus delicadas palabras. He llegado a pensar que soy hija de la mala vida, que me encanta que me recuerden a mi jefa, quien por cierto es una mujer que poco se ha dedicado a cuidarme, pues prefirió mandarme a vivir con mis abuelos para que ella se diera la buena vida. Mi primera relación sexual fue a los dieciocho años con Pedro, un chavo mayor que yo que por cierto me trató mal. Cada vez que tenía sexo conmigo me escupía la cara y me decía que era una cerda. Tiempo después definí mi sexualidad y conocí el amor en Licha, quien al principio seguía mis órdenes en la cama y me la refrescaba, pero al final de nuestra relación no cooperaba con mis necesidades, por lo que decidí alejarme. Ahora solo busco parejas crueles y que disfruten mentarme la madre mientras me orgasmeo.

Son tus perjúmenes mujer...

Soy Silvino y creo que tengo un problema bien cañón. Mi esposa, Martha, tiene desde hace años un negocio de lavandería y mis vecinas le llevan sus prendas más íntimas a lavar, pues le tienen mucha confianza. Un día que me ofrecí a ayudarla en su labor, mientras sacaba la ropa sucia de los costales pude percibir un fuerte olor íntimo, en el aire circulaba aroma a bragas y, sin pensarlo mucho, me llevé una delicada prenda hasta la nariz para olfatearla del todo. Se me paró el miembro inmediatamente. Desde entonces me he ofrecido a ayudar a mi mujer los sábados que me toca descansar en mi trabajo, y sin que se dé cuenta yo aprovecho el momento para hurgar entre la ropa sucia de las vecinas para darme mis toques de olor. Ya soy tan experto en aromas que incluso creo que puedo distinguir la íntima fragancia de cada una de mis vecinas cuando pasan caminando frente al negocio.

viernes, 6 de enero de 2012

Cada viernes...

Soy una mujer de rutina y de finos modales. Me encanta que me abran la puerta del carro y que me empujen la silla al sentarme; siempre lavo a la misma hora y hago mi aseo de la misma manera, en pocas palabras, soy una dama de costumbre.
Tengo casi cuarenta años y desde hace más de siete tengo a Roberto a mi lado, quien ha sido el encargado de quitarme el frío y las ganas de todos los viernes por la noche.
Nuestros encuentros cada vez han sido mejores. Confieso que al principio el sexo entre ambos era un experimento fallido, pues mi vagina estaba tan estrecha que era doloroso cada vez que intentaba penetrarme, ya con el tiempo aprendimos que la saliva era el mejor lubricante en el momento de la calentura.
Roberto es un poco mayor que yo, él tiene más experiencia en el sexo, pues ya ha estado casado dos veces. Hasta ahora parece que mis tetotas y mis nalgas blancas lo dejan bien satisfecho, aunque no es raro que cada vez más me insinúe que quiere probar cosas nuevas.
Soy en general una mujer ordenada y limpia, todo para mí tiene una rutina, todos los viernes antes de que llegue mi hombre me pongo a lavar. Ese día Roberto llegó antes y me cachó en plena tendida; la verdad ahí me tomó, me bajó la tanga y ahí, en el lavadero de mi casa, me la metió. Yo no hice otra cosa más que apretar las pinzas que quedaron en mi mano.
Después de que me dio varios empellones con su duro pene, estaba a punto de eyacular. Yo estaba muy mojadita, pero me la sacó y me dijo: "¡Enséñame las chichis, quiero morder tus pezones!".
Así lo hice y me sorprendió el placer que me produjeron aquellas mordidas juguetonas y firmes, yo estaba enloquecida de gozo. Miré las pinzas de ropa y sin pensarlo mucho las tomé y me las coloqué sobre los pezones, gemí de dolor, pero no quería quitármelas.
Ya no era una damita, más bien, una puta enloquecida. Me revolqué de placer, nunca había experimentado tal cosa. Roberto, sorprendido por mi iniciativa, eyaculó casi inmediatamente e hizo que yo terminara al chuparme el clítoris. Fue una noche inolvidable.
Desde entonces cada viernes repito la dosis, sin importar que la carne de mis pechos luzca aún morada de los moretones de la semana anterior.
Encarnación

las mieles del placer

Soy Neto, tengo veintitrés años y disfruto comerme los mecos de mis amantes, no me gusta desperdiciar y siempre les pido que me los echen enteritos en toda mi boquita. El sabor del líquido seminal es muy especial para mi paladar, tanto que antes de tener algún encuentro sexual lavo muy bien mi boca para que ningún sabor de alimento anterior le quite el buqué a la lechita de mis novios. No hay nutriente para mí mejor que los mocos calientes de mis machos, sé que éstos espermas no podrán germinar mi vientre, pero me conformo con pensar que una buena cucharada de ellos calientan mi estómago y luego se dan un paseo por mis intestinos. Creo que mi obsesión no daña a nadie, además no he encontrado quien se rehúse a disfrutar de mis succionadas mientras eyacula. Mi lengua complementa el placer sobre su glande y yo paladeo el sabor de las entrañas de mis machos. Temo que mi obsesión me engorde, he buscado en todas partes sobre el valor nutrimental del semen y no he encontrado nada, necesito saber si estos fluidos lechosos me pueden hacer engordar, no quiero perder la línea y tampoco deseo dejar de disfrutar de las mieles de placer.

Pulcritud

Me llamo Mayra y parece que tengo una terrible manía por el jabón. No puedo controlar mi sentimiento de culpa y cada vez que algún machín me la mete por el ano corro a lavarme la parte trasera a conciencia, pues temo que el castigo del Creador caiga sobre mi existencia por usar el orificio de defecar como agujero de placer carnal. Soy adicta al sexo anal, no hay compañero de cama al que no le pida que termine su faena empujándome los frijoles, es decir, que me meta su fierro por la de cagar. Aunque esto me gusta mucho y lo disfruto enormemente, no puedo controlar el sentimiento de culpa que me ocasiona este acto, por lo que tengo siempre que lavarme la cola muy cuidadosamente. Temo que me caiga una infección o sida por caliente y pecadora, mi preocupación es tanta que incluso he pensado que estaría más libre de culpa y más limpia mi parte posterior si la lavara con un detergente suave y un lavamamilas para erradicar cualquier residuo de semen.