martes, 28 de agosto de 2012

Directo...

A lo que nos truje: soy un hombre al que le gusta ir directo al grano, así es en mi vida social como en lo sexual. Y para pronto creo que ese es mi problema. Entrando a fondo, me gusta mucho una compañera del trabajo. Desde hace ya algunos meses le traigo unas condenadas ganas de meterle mi reata hasta por las orejas, estoy convencido de que nunca ningún machín la ha hecho gritar de placer como yo lo haría. No soy un hombre de cortejo, a mí me gusta ir directo al grano para no perder el tiempo; para pronto, pongo mis cartas sobre la mesa cuando una hembra me gusta, sin rodeos le digo de frente que lo único que quiero es abrirle las piernas para meterle mi chile, que disculpe mi honestidad, pero lo único que deseo es hacerla gemir con cada una de mis embestidas. La mayoría de las mujeres accede a mis palabras, son muy pocas las que de inicio me mandan a volar. Eso no me preocupa, pues al final del día mi reputación de excelente picador hablará por mí y acabarán rendidas en mi colchón implorando que se las deje ir. Mi método de seducción funciona, siempre tengo éxito y me llevo en la memoria del sentido del gusto el perfume de la entrepierna de mis conquistas. No hay mejor fragancia corporal que la que se mezcla entre pelos, vulva, labios vaginales y pliegues íntimos. Recapitulando, nunca he cambiado mi estrategia, pues esta funciona a la perfección, por lo que no vi necesario llegarle de otra forma a Pilar. Una tarde, después del trabajo, me acerqué a su oído y con voz susurrante fui al grano y le dije que sus tetas estaban tan sabrosas y que entre ellas podría hacerme una chaquetota rusa. Ya con la lengua enfilada y con la reata parada seguí con mi letanía seductora. "Tienes unas nalgas de ángel cachetón, yo me sentaría frente a ellas a esperar a que hablaran; tus pedos, aunque apestosos, serían manjares para mi nariz; pedorréate y cágate en mí", le dije entre dientes. Ella estaba inmóvil, no sabía si en verdad estaba excitada por mis insinuaciones o si estaba asustada, por lo que yo seguí. "Te voy a lamer tanto el clítoris que lo voy a desaparecer a lengüetazos; tu placer será grande, pero no tanto como lo estará ya mi pene, duro y esperando el momento de partirte en dos". Seguí: "Te abriré de piernas y te la meteré sin compasión hasta que toda mi leche se vacíe dentro de ti". Recién acabé esa oración, ya estaba a punto de venirme, la verdolaga ya no me cabía en los pantalones, cuando de pronto ella volteó, me sonrió y me dijo: "¿Perdón, me dijiste algo? No te escuché, pues de ese oído soy completamente sorda". No se lo pude volver a repetir.

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