martes, 10 de noviembre de 2009

un domingo

Hola. Es un gran mérito que haya escrito esta carta, lo pensé mil veces antes de sentarme a escribir en la computadora del café internet de la esquina de mi casa.
Vengo de una familia muy conservadora, mi madre nos ha educado con muchas creencias religiosas y casi todos los domingos nos hace ir a misa. Cada que puede, mamá me explica sobre el templo que las mujeres tenemos de cuerpo, no pierde la oportunidad de decirme, algunas veces amorosamente, otras muy enérgica, que mi cuerpo no es mío, sólo es un instrumento de procreación que le pertenecerá únicamente a mi marido y que ni yo tengo el derecho a tocarlo.
Los senos ya se me acabaron de desarrollar y tengo vello en el pubis; yo no me atreví a explorarme, pues tenía miedo de que me cayera una maldición por la sentencia de mi madre, quien por cierto me obliga a darme baños rápidos para evitar tener tiempo de tocarme en la ducha.
Un domingo que me sentí enferma por los cambios climáticos me quedé en casa y no fui a la iglesia con ella, así tuve tiempo para remojarme en la ducha antes de volverme a meter en la cama. Fue una experiencia única.
Me desnudé frente al espejo y pude ver lo recto que se ponían mis pezones con el frío, me quedé pasmada y con mis dedos los pellizqué, sentí mucho placer y pasé más tiempo contemplando mi anatomía. Vi lo desordenado de mis pelos púbicos, los jalé y experimenté una combinación de agradable dolor-placer.
Mientras escuchaba salir el agua me revisé las nalgas y hasta el ano, me impactó que esa parte de mi cuerpo por donde sale la caca fuera más oscura de color y decidí que de ahora en adelante me limpiaría con más fuerza la cola para intentar quitarle lo percudido.
Me metí a bañar y ya dentro de la regadera decidí ir más adelante y explorarme todita. Abrí lo que ahora sé son mis labios vaginales hasta llegar a mi clítoris, lo toqué y fue cuando sentí que me recorría una electricidad muy placentera; seguí hasta que me temblaban las piernas de satisfacción y en ese momento supe lo que era un orgasmo.
Descubrí que mi cuerpo tiene secretos aún por revelarse, y yo estoy dispuesta a descubrirlos todos incluso en contra de la voluntad de la buena educación que se ha impartido en mi casa. Me he vuelto una adicta a la masturbación, acudo a cualquier baño para aprovechar el tiempo y darme placer, sé bien de qué forma puedo hacer que mis pezones se erecten, sé muy bien cuántas frotadas le tengo que hacer a mi pubis antes de sentir que me vengo.
Fue un bendito domingo a mis casi diecinueve años que descubrí el placer de dejar de ser niña, pero cada vez que experimento el grandioso goce de la estimulación no deja de remorderme, pues vienen a mi cabeza las palabras de mi madre: no te mires el cuerpo, mira que Dios te mira, mira que te está mirando, mira que el cuerpo no es tuyo, mira que el placer no es para los humanos...
Rosario

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