miércoles, 16 de diciembre de 2009

Cuarentena

Acabo de convertirme en padre y estoy sufriendo como desahuciado las penumbras de la cuarentena. Antes de que mi mujer diera a luz ya no tenía relaciones sexuales, pues soy padre primerizo y temía que mi inmenso pene lastimara alguna partecita del cuerpo de mi bebé. Me abstuve las últimas cuatro semanas de gestación para evitar incomodidades mentales, por lo que los cuarenta largos días que conforman la cuarentena me están empezando a asfixiar.
El amor por mi nalguita es inmensa, y mi admiración más, por ello me atreví a jurarle que me aguantaría las ganas de masturbarme en su periodo de restricción para que el día que lo hiciéramos por primera vez después de la cuarentena tuviéramos un enjundioso encuentro sexual con todo y nalgadas.
Las primeras semanas de falta de sexo no las pasé nada mal, pues estaba enfocado en los arreglos por la llegada de mi hija, pero ahora que ya nació y estoy a la mitad de la cuarentena me han pesado como zapatos con suela de cemento dentro del agua.
No me la puedo estimular por la promesa, y eso me ha traído pensamientos muy pecaminosos. No puedo controlarme, veo a todas las mujeres, incluidas mis compañeras de trabajo, como verdaderos manjares cuando en realidad son mujeres de formas muy redondas.
Cualquier imagen que veo me prende la televisión, sólo basta un roce para que mi miembro viril ya se haga presente en el pantalón. Estoy que me da la temblorina, no aguanto más esta sequía, siento que mis testículos van a reventar.
La situación se está saliendo de control, el otro día me puse bien jariosote al ver a dos perros callejeros hacerlo en plena vía pública, me entraron unas ganas cochinas de tocármela y metí mi mano a la bolsa del pantalón para rozar la cabecita y darle un poco de alivio.
Me sentí apenado y asustado al notar mi excitación con dos caninos copulando. Me detesté por dejarme llevar por el instinto sexual casi animal que llevo dentro. Mas días después la cosa se puso peor, pues mientras iba a casa crucé por el parque y presencié lo que se convirtió en mi peor pensamiento...
Mis ojos enfocaron la banca donde dos viejitos estaban sentaditos, hasta ahí todo era ternura. Sólo bastó que el abuelito besara en la boquita arrugada a su mujer para que se encendiera en mí la llama de la lujuria. Mi mente voló y empecé a imaginarlos teniendo relaciones sexuales, hasta visualicé a la abuelita completamente desnuda con los pezones colgando. Estaba enloquecido.

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