miércoles, 8 de diciembre de 2010

Telarañas en la araña


Soy tan adicta al trabajo que he dejado en el cajón de los recuerdos mi actividad sexual, incluso temo ya tener telarañas en la cola.
Soy una mujer ya pasados los treinta, casi llegando a los cuarenta, a la cual el éxito laboral por fin le está sonriendo. Despuntar en mi empresa fue muy complicado, siempre los puestos de dirección eran ocupados por familiares o amigos del dueño, así que me costó mucho trabajo destacar sin tener que acostarme con el jefe, aunque éste nunca me lo propuso a pesar de que a mis compañeras sí.
Confieso que nunca he sido muy afortunada en el amor, ya llevo muchas relaciones fallidas. Mis compañeros me dejan porque prefiero el trabajo que aventarme desde el clóset para hacer el salto del tigre.
Mi vida es el trabajo, no hay placer más grande para mí que sentarme frente a la computadora a trabajar durante horas. Me complace estar metida entre números y facturas, disfruto al grado del orgasmo someter a mis subordinados a más horas de trabajo sin paga extra.
En el trabajo no tengo muchos amigos, incluso tengo que comer sola, pues nadie quiere compartir la mesa conmigo por explotadora. Mis compañeros me señalan, incluso en una ocasión alcancé a escuchar a Felipe Gómez, el de Recursos Humanos, decir que yo tenía un agrio carácter porque era una mal cogida. No entienden que mi placer está en el trabajo.
Mi actividad sexual en los últimos seis meses ha sido casi nula, es más, ya ni me depilo el chango, pues no tengo a quien presumirlo. Temo que de no usarlo se oxide o ya de plano le salgan algunas telarañas por el abandono.
Estoy un poco desesperada, no entiendo por qué el trabajo me da más placer que un hombre. Temo que esté contagiada de una terrible manía que haga que mi éxito profesional sea más importante que el placer carnal.

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