viernes, 4 de mayo de 2012

Escuchar no lo es mismo que oir...

No sé qué hacer. A mi vecina se la dejan ir entre golpes y groserías cada tercer día y yo mojo mi calzón al imaginar cómo su marido, quien es un hombre feo con efe de foco fundido, se la mete hasta por la orejas. No estoy reportando una violación, pues los gemidos de Rosa son tan placenteros cuando su macho le está dando, que no creo que ella acuda a las autoridades a denunciar tal atropello. Mi preocupación es otra. Vivo en un edificio de muros de tablarroca, por lo que es fácil escuchar lo que ocurre en el departamento de junto en medio de la noche y en la calma total. No me preocupa que ella obtenga su placer entre mentadas de madres y catorrazos, lo que de verdad me tiene consternada es que yo al escuchar el acto sexual me excito y hasta me masturbo. Percibir los resoplidos del gordo, bigotón, cacarizo, chimuelo, calvo y hasta maloliente taxista mientras monta a su mujer me hace retorcerme de placer. Me excito tanto al escucharlos en su acalorado entre que mi dedo busca mi timbre de placer, mi clítoris, y lo manipula hasta que me vengo. No sé qué hacer, ahora he pensado incluso en dormir con tapones especiales en los oídos para mitigar el ruido. Tengo miedo de que esos menesteres nocturnos afecten mi intimidad, temo que mi excitación ahora solo provenga de hombres de mal aspecto que toman el sexo como un deporte rudo.

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