martes, 18 de agosto de 2009

Una de supositorios

Soy enfermera de profesión y desde hace unos meses mi trabajo se ha convertido en uno de los placeres más gratos que me ha dado la vida.
Me dedico al cuidado de enfermos desde hace casi diez años en un hospital público, mi tiempo de trabajo hasta hace poco transcurría entre sondas, sueros, inyecciones, curaciones, baños de esponja y hasta limpiar excrementos.
Mi vida laboral no tenía nada de magnífico hasta ese día de julio que, abochornaba por tanto calor, estaba en mi ronda de medicamentos cuando de pronto me di cuenta de mi excitación al ver las batas abiertas de los enfermos por la parte posterior.
Fueron las pompas de una enferma las que me pusieron inquieta, me di cuenta de que ella dormía plácidamente por un sedante que le había administrado mi compañera del turno matutino. Sus pompas quedaron descubiertas, pues la sábana que la cubría había resbalado y pude admirar parte de su redondez e inmediatamente me excité.
Nerviosa, empecé a cambiarle el suero, trataba de concentrarme, pero no podía sacar de mi mente esa alfombra de piel que cubría su trasero. La imagen de esas pompas me perturbó al grado de que tuve que ir al baño a masturbarme; estimulando mi clítoris encontré cierto desahogo, pues logré tener un orgasmo.
Desde entonces cada día de trabajo es emocionante, discretamente intento verle las pompas a los que están internados, obtengo placer al imaginar cómo serán sus nalgas debajo de las telas que los cubren. Para mí no es complicado descubrir la realidad de sus traseros, pues para mi fortuna las batas siempre dejan al descubierto la parte de atrás, pues por instrucción médica éstas siempre deben estar desabrochadas para cualquier emergencia médica.
He aprendido a apreciar la belleza de la parte trasera de la anatomía humana, he descubierto que algunos traseros peludos me han puesto tan caliente como los que tienen la piel tersa, por ello me encanta administrar inyecciones intramusculares, disfruto sentir cómo mis dedos tocan su carne, me enloquece al grado del orgasmo tener la visión completa y panorámica de las nalgas.
Soy respetuosa con mis pacientes, pues no utilizo cualquier artimaña para descubrirles el trasero y verles las nalgas, aunque ahora me ha dado por revisar las notas médicas para ver cuál de ellos tiene prescrito un supositorio para que mis compañeras no me arrebaten el placer de colocarlo y disfrutar yo de la íntima maniobra.
Las cosas se me han salido de control, pues el otro día gemí inconscientemente de placer frente a una enferma que ayudé a bañar. Esta mujer de piel morena me puso muy caliente, pues ella por pudor a que le viera el pubis me dio la espalda, y para beneplácito mío vi cómo el agua escurría entre sus nalgas. Quise tocarme para masturbarme, y sin poder controlarlo gemí. Afortunadamente ella no se dio cuenta, pues disimulé al fingir que tosía.

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