jueves, 17 de septiembre de 2009

Hasta la garganta

Soy dentista de profesión, tengo años trabajando por mi cuenta al servicio de las muelas picadas y dientes con sarro.
Aunque tengo conocimiento sobre medicina general pues en la carrera te dan clases de ello para que sepas la reacción de algunos procedimientos, debo confesarte que mi vida es el cuidado de la sonrisa. Me apasiona corregir dientes chuecos y tapar muelas siempre dejando un trabajo impecable.
Tengo más de treinta años y sigo soltera no por decisión si no por satisfacción. Me gusta disfrutar la vida, el alcohol, las fiestas y el sexo, no hay encuentro sexual en el cual mi boca no saboree un buen miembro.
Esta afición por dar sexo oral me está llevando a la perdición y a pasar las más terribles vergüenzas. Me asusta pero me gusta que hayan estado a punto de sorprenderme en pleno acto. Una vez que empiezo a chuparla no tengo la intención de parar hasta sentir el jugo caliente de sus entrañas sobre mi cara y senos, nunca dejo a un caballero con las ganas de sacar su leche pues me excita al borde de la locura escucharlos gemir antes de eyacular.
Unas amigas me invitaron a una fiesta en su casa, ellas viven en el tercer piso y arriba de su departamento se encuentra la azotea, lugar oscuro y apto para darle rienda suelta a mi lengua sobre algún erecto pene. Disfrutaba la idea de una travesura en aquel lugar y me fui directo al salir del consultorio, no me quite ni la bata para no perder valioso tiempo de diversión.
Eran pasadas de las doce y decidí desaparecerme con mi pareja para darle húmedas embestidas con mi boca, estaba decidida a que se viniera en mi lengua para degustar su exquisito semen. Llegué al piso de arriba y aunque estaba cerrado el acceso no iba a desaprovechar el bulto que ya se sentía sobre el pantalón de mi hombre esa noche.
Decidí hacerlo ahí mismo, total, ya era de madrugada y nadie subiría a lavar o tender ropa. Le bajé el pantalón a mi novio y empecé a lengüetearlo, ya tenía su miembro hasta el fondo de mi garganta cuando de pronto a espaldas de él escuchamos la voz de la portera que vive en la azotea que decía: buenas...noches.
Me quedé quieta hincada, no sabía con exactitud si Doña Vicky la portera me había cachado succionándosela pues desde donde estaba parada sólo alcanzaba a ver la espalda de mi hombre y mis rodillas en el piso.
Le sonreí maliciosamente a Raúl, me limpié las comisuras de los labios y así como estaba hincada a la altura de sus testículos dije en voz alta:
"amigo, no te preocupes, yo como doctora que soy te puedo decir que no estas incompleto, que tienes un escroto normal, sí tienes dos testículos y no uno como lo asegura tu charlatán médico".

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