martes, 15 de marzo de 2011

Estuvo de peluche...


Me gusta venirme en el peluche, y no me refiero a tirar toda mi maldad sobre los pelos de la cola de las morras, sino a que me gusta aventar mis mocos sobre los peluches que adornan alguna que otra cama.
Esa maña la agarré en casa de mi novia cuando un día me encontraba solo en su cama. Ella se metió a bañar después de que sudamos al echarnos un buen paliacate. El osito que yo mismo le dí el día de su cumple fue el culpable, sus ojitos se clavaron en mi reata y fue yo quien adivinó que él también deseaba que le diera para sus tunas.
Lo tomé del cuello y después de frotármelo contra el mastuerzo empecé a masturbarme con él. Al principio sí me costó trabajo acostumbrarme a la sensación de los peluches del oso, pues calentaban mi fierro, pero despuecito ya le agarré la maña.
Se la dejé ir y mi placer crecía, pues las orejitas del peluche rozaban mis tanates. Yo estaba tan caliente que incluso llegué a poner los ojos de huevo al venirme. Le eché los mecos a la boca sonriente del oso, y al ver que lo dejé todo embarrado sonreí de placer y gusto, pues no sólo había tenido semen para mi morra, sino también para su mascota peluda.
Desde entonces no discrimino ningún peluche: chiquitos, grandes, ojones, sonrientes o con cara de enojados, me sirven para consolarme después de parchar. Tengo la incontrolable necesidad de echarle el engrudo a cualquier muñeco inmediatamente luego de sacársela a mi mujer, y si no lo hago siento que todavía traigo cargada la pistola.
Mi nena ya no quiere dejarme matar su oso a puñaladas, al chile me dice que siente celos de que me guste más el peluche de su oso que el áspero de su cola. Me insiste en que deje de mequear sus monos y hasta me ofrece rasurarse el chango si es que quiero sentir que algo me raspe la pinga como sucede con los muñecos.

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