jueves, 9 de febrero de 2012

Ventriloquia...

Mis labios vaginales le dicen a mis amantes exactamente lo que deseo que me hagan en la cama. Mi parte más íntima se mueve a la voluntad de mis dedos para expresar mis deseos más bajos a la hora de la pasión.
Respondo al nombre de Daniela y soy una mujer de más de treinta años. No tengo una pareja fija en la cama, pero sí tengo amantes recurrentes que me quitan las ganas de sudar la sábana cada vez que lo deseo.
Te cuento mi aventura. Hace aproximadamente seis meses me encontraba con Luis en su departamento de soltero. Lo hicimos en el sillón, en la cocina y, ya para rematar, en la cama. Él me la estaba chupando cuando mis manos se instalaron en mi vagina, mis dedos comenzaron a acariciar mis labios vaginales a la par que la lengua de mi hombre.
De pronto, algo se apoderó de mí y empecé a hacer una voz extraña al mismo tiempo que movía mis labios vaginales. Mis entrañas húmedas eran mi personal y más íntimo muñeco de ventrílocuo y le pedían a mi hombre que me chupara con más fuerza.
El capítulo de ventriloquia se repetió con Pedro, quien no lo tomó tan bien como Luis, pues le pareció muy raro que me abriera de piernas en plena sala y moviera mi labio superior e inferior a la par que forzaba la voz pidiéndole que me metiera un dedo en la caverna resguardada por mis manipuladas carnes.
Pedro me lo metió, pero me pidió que dejara de fingir la voz, que le daban miedo los ventrílocuos y que incluso Titino, personaje que emulaba un muñeco que hablaba solo, le causaba mucho temor, motivo obvio por el cual tuve que abandonar mi acto artístico por lo que no pude gozar plenamente el orgasmo.
Saqué al temeroso de mi lista de amantes e incluí a Jorge, un hombre con menos inhibiciones y con más ganas de experimentar cosas novedosas en la cama. A Jorge pareció gustarle mi primer episodio de ventriloquia, incluso exclamó: "¡Vaya, hasta que me topo una vagina que dice lo que quiere!".
Así inventé el juego de escuchemos a la vagina, yo disfruto orgásmicamente que se agache hasta mi pubis y le susurre a mi pucha cosas íntimas, pues aprovecho para mover mis labios vaginales y decirle que quiero que me la meta por el ano o que ahora desea que la traten como a una princesa.
No hay placer más grande para mí que hacer que mi vagina hable. Pedro, mi amate más antiguo, ha empezado a entrarle al juego que tanto me encanta, aunque debo confesarte que la pasión se esfuma cuando él me pide que interprete lo que sus pedos expresan.

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