martes, 31 de marzo de 2009

Cual fruta en un tianguis…

Me encanta acudir a los tianguis, recorrer pasillos repletos de frutas, verduras y chácharas es una de mis grandes aficiones. Vivo en una colonia donde hay tianguis en diferentes días de la semana. Los lunes puedo comer birria con don Lencho; el martes, tacos de cecina con doña Lourdes; los miércoles los de guisado son mi predilección; los jueves le entro a unos tacotes de bistec con papas y nopales, y los viernes, para no abusar de la grasa, visito a Angélica, quien atiende un puesto de ensaladas.
Un día por exceso de trabajo no pude asistir al amado tianguis a comer. Me sentí frustrado, pues tuve que ordenar una torta para calmar mi hambre. La idea de perderme el olor de las frutas me frustró, me traumatizó no poder degustar las pruebas que ofrecen los vendedores. Así que llegué a mi casa enojado y no hubo alimento que me consolara. Me metí en la cama para dormir. Tardé en conciliar el sueño, pero fue entonces cuando sucedió.
Tuve un sueño extraño que desde esa fecha se repite todas las noches. En mi cabeza se reproducen imágenes de un mercado sobre ruedas nuevo, brillante y con pasillos bien delineados. Hay docenas de puestos, y en cada uno de ellos, mercancía muy especial. Mi asombro es ver que los puestos del tianguis no venden fruta, comida, postres y chacharitas, sino mujeres. Sí, mujeres de todas las características físicas.
Uno vende morenas voluptuosas. Más adelante hay castañas. Sigo recorriendo el tianguis de mi sueños y entre puestos encuentro uno que tiene precios de rebaja y ofrece dos chaparritas cuerpo de uva a precio de ganga. Mi asombro no tiene limite; camino entre los comerciantes y me doy cuenta de que hay de todo tipo de mujeres a la venta: altas, flacas, gordas, caderonas, chichonas, planas, ojerosas, vientrudas, chimuelas, curvilíneas, amarillas, negras, blancas, morenas, patonas, tamaludas, lonjudas, torneadas, peludas, trompudas, grandotas, bonitas, feas, ricas, nalgonas, bigotonas, chaparras, narizonas, chinas, lacias, frondosas, limpias, sucias, menuditas, atascadas, orejonas, cabezonas, huesudas, carnudas...
Yo quedo anonadado, no quiero despertar. Mi asombro crece cuando mi sueño se agranda, sí, todavía hay más. Me toco el pantalón y, cuál es mi sorpresa, tengo en la bolsa una cartera repleta de dinero para comprarme a las mujeres que deseo.
Mientras más me interno en el interminable tianguis, los comerciantes, con el afán de tener ganancias, me ofrecen tentar la mercancía para comprobar que está bien madurita, me invitan a tocar para examinar que su producto no está magullado ni podrido, pues en ese puesto sólo se vende producto de exportación.
Y de pronto todo se pone aún mejor. Uno de los vendedores insiste mucho en que pruebe sus mujeres tetonas, está tan decidido a que yo le compre una o dos, que incluso ofrece darme la prueba: "Ándele, joven, anímese, vea qué carnuditos tiene los senos, pruébele, ándele, sin compromiso".
Yo no quiero despertar, estoy en el paraíso de los tianguis y sólo yo puedo pedir la prueba de los productos que ahí se venden. Estoy muy excitado cuando de pronto despierto abruptamente a causa de una eyaculación. Me vengo, me mojo los pantalones de la pijama con una buena cantidad de semen que sale de mi pene.
Desde entonces, entre semana visito los tianguis esperando que mi sueño se haga realidad y cada noche se presenta ante mí ese recurrente sueño donde siempre aparecen nuevas mujeres como mercancía en un mercado ambulante supercaliente.
Desde aquel día nada ha sido igual en mi vida, ansío la noche para que venga el sueño, el cual siempre tiene nueva mercancía en su mercadito sensual, y siempre hay un orgasmo como recompensa. ¿Existirá ese tianguis de mujeres, podré averiguar dónde queda el caliente mercadito?

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