miércoles, 11 de marzo de 2009

En la azotea…

Muchos consideran que soy una mujer incansable y que me sobra energía, pues tallo sin parar varias horas al día.
No tengo una buena posición económica y me dedico a lavar ajeno. Desde que amanece estoy dándole duro en los lavaderos, mi especialidad es quitar lo percudido de los puños y cuellos de las camisas.
Tengo ya varios años dedicándome a lavar ajeno para sobrevivir, muchas de mis clientas me siguen dando trabajo gracias a que soy muy bien hecha y saco hasta la mancha de mole o guacamole por muy pegada que esté.
Como todos los lunes, me presenté con la señora de la colonia Azcapotzalco, y a las ocho de la mañana recibí las tres docenas de camisas para lavar. La señora me advirtió que el señor estaba muy interesado en que quedaran limpiecitas, por lo que no me extrañara si él subía a la azotea del edificio a revisar mi faena.
Me metí en el lavadero y me olvidé de todo. Tallé y tallé hasta que empecé a sentirme incómoda, pues sentía que alguien me estaba observando; finalmente volteé y a mis espaldas vi a un hombre que me veía detenidamente.
Aunque lo vi rápidamente, noté que estaba excitado al ver moverme de adelante hacia atrás mientras tallaba las delicadas prendas. Su pene ya se hacía presente entre los pantalones, se notaba un pedazo de carne de tamaño regular, aunque sí muy grueso.
Comencé a sentirme excitada, el agua del lavadero comenzó a derramarse, y entonces sentí que él me tomó por la espalda rápidamente mientras me sobaba la cola por atrás.
Me respiraba muy excitado en la oreja, yo podía sentir su chile entre mis nalgas tratando de romper la tela de mi falda y hasta la de mis calzones. Sin pensarlo mucho y puesto que no puse resistencia, él se mojó la mano en la pileta e inmediatamente me la metió en la blusa para mojarme las chichis.
Mis pezones estaban tan erectos que por un momento pensé que él podría partirlos cual rocas duras. Me masajeó las tetas con sus manos mojadas y un hilito de agua fría llegó hasta mis vellos púbicos.
Me dejé llevar por el momento, pues desde que mi marido me dejó por otra no había tenido a ningún hombre entre mis piernas.
Viví la calentura del momento. Estaba tan excitada que el arco de algodón de mi pantaleta estaba que chorreaba, por lo que no me acordé de que estaba en la azotea, que alguien podría vernos, que él era un hombre con pareja, que me estaba fornicando y que yo no estaba tallando lo negro del sudor que se queda en los cuellos de sus camisas.
Estaba tan húmeda que a su pene no le costó trabajo penetrarme. Este hombre, que hasta hace poco era sólo el dueño de las camisas que yo lavaba, ahora me había inclinado sobre el lavadero para dejarme sentir toda su manguera.
Me subió la falda, me bajó los calzones y me la dejó ir por detrás. Tomó mis nalgas entre sus manos y las abrió para dar paso a su miembro, él cual estaba repleto de venas saltadas cuando lo pude observar de reojo.
Me embistió tan duro que mi pubis se estrellaba en el lavadero. Yo estaba tan caliente que aproveché para dejar expuesto mi clítoris para que éste sintiera lo frío del mármol en cada vaivén de mis caderas.
Me vine. Un suspiro grande relajó mi cuerpo mientras sentía esa muerte chiquita que desde hace mucho tiempo mi cuerpo no experimentaba. Mi picador también hizo lo suyo sobre mis nalgas y me embarró su leche por todas ellas al momento en que me decía que recibiría un pago extra por haber dejado sus camisas mejor que nuevas.
Acabé de lavar las tres docenas de prendas no sin dejar de pensar en que me acababan de fornicar y yo no había puesto ninguna resistencia. Muy al contrario, había dejado claro que las veces siguientes que prestara mis servicios también estaba dispuesta a seguir abriendo mis piernas para dar paso a ese venoso chile.
La señora me pagó exacto lo de la lavandería. Tomé mi bolsa y cuando salí del edificio me percaté de que él estaba en su carro y que tenía la mano extendida para darme algo. Me acerqué, él me sonrió y me dio un sobre. No me atreví a abrirlo en su presencia, pero me fue de mucha utilidad, pues hasta me alcanzó para comprarme calzones bonitos para mi próximo encuentro.
Hasta hace poco todo era enjabonar, tallar, enjuagar, exprimir y colgar al sol. Ahora mi trabajo de los lunes me deja una mayor satisfacción, pues entre tallada y tallada siempre espero que venga el hombre de la manguera gruesa a darme mi docena de embestidas de placer.
Brenda

No hay comentarios:

Publicar un comentario