martes, 10 de marzo de 2009

soy una mala niña!

Por desgracia la vida me hizo quedarme sin padre a los doce años de edad. Lo recuerdo con mucho cariño y anhelo, pues era un hombre responsable y muy cariñoso que siempre se preocupaba por mis broncas y cosas.
Entrar a la secundaria fue un proceso difícil, estaba muy rebelde y mi madre, aunque trataba de hacer todo por cubrir el vacío de mi papá, no podía lograrlo por más esfuerzo que hacía. Recuerdo bien su mirada, su rostro, sus manos y hasta su risa. Añoraba a mi padre y lo necesitaba tanto que en las noches antes de dormir sacaba la foto que guardaba abajo de mi almohada para darle un beso de buenas noches.
Cuando tenía broncas en la escuela pensaba en cómo me hubiera aconsejado papá, veía su foto para evitar que se me olvidara su imagen. Llegué a la preparatoria y poco a poco la obsesión por tener esa foto cerca de mí fue pasando, ya no era necesario verla todas las noches, me conformé con meterla en mi cartera y saber que él estaba allí.
Llegué a la preparatoria y los muchachos empezaron a interesarme. Tuve varios novios, pero nada serio, pues no quería que otro hombre invadiera mis pensamientos. Ya en la universidad las cosas cambiaron, los muchachos me parecían más atractivos y yo estaba más interesada en ellos y en sus besos. A los veinte años tuve mi primera relación sexual, no fue tan mala como muchos opinan sobre la primera vez. A partir de ahí conocí los placeres de la carne, disfrutaba del sexo y de lo que éste le hacía sentir a mi cuerpo.
No había mal momento para echarme un rapidín. Me hice adicta al sexo, si tenía ganas de un orgasmo yo mismo me lo podía proporcionar. Todo en mi vida era normal hasta que lo conocí y volvieron a mí los recuerdos.
Me lo presentó una amiga. Era un compañero de su trabajo. La imagen de ese hombre alto, de tez blanca, labios medianos, cabello ondulado y ojos expresivos inmediatamente me estremeció, pues era igualito a mi fallecido padre.
Lo vi y casi lloro. Mi amiga y él se sacaron de onda con mi reacción, me temblaban las manos y sin pensarlo lo abracé para sentir su calor. Seguí platicando el resto de la noche con él, no quería dejarlo ni un momento, pues a su lado me sentía segura.
La primera vez que salimos en pareja fue increíble. Después de ir a cenar, cuando ya estábamos de regreso en mi casa, él comenzó a acariciarme y yo me ponía cada vez más y más caliente. Con un poco de temor toqué su miembro y noté que estaba a punto de explotar; lo acaricié mientras en mi mente estaba la imagen de mi progenitor.
Ver su cara me hacía feliz. Nuestra relación se volvió de sexo desenfrenado, pues para evitar que me dejara yo estaba dispuesta a permitirle explorar mi cuerpo a su manera. Nos veíamos varias veces a la semana, y en todos nuestros encuentros él me penetraba con tanta furia y me daba tremendas nalgadotas que me hacía sentir que era mi padre quien me castigaba por un mal comportamiento. Yo me sentía la hija de mi padre y en todos nuestros encuentros terminaba acostada acariciando su pecho. Ver dormir a ese hombre que se le parece mucho me causa paz.
Desde entonces mantengo sexo desenfrenado con él y no quiero que se vaya de mi vida, pues es asombrosamente parecido a mi amado papá.
Raquel

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