miércoles, 11 de marzo de 2009

Gavilán o paloma?

Me encantan los bailes, la música norteña es de mis preferidas y no desaprovecho ningún bailongo para mover el esqueleto juntito a una buena reinita.
Me encantan las viejas chichonas y chaparritas, debo confesarte que son mis preferidas para bailar, pues mientras estamos en el zangoloteo veo desde mi ángulo cómo sus tetas se mueven a mi ritmo.
Disfruto apreciar cada vez que me le arrimo a mi compañera de baile y cómo sus chichis se aplastan y hasta parece que se van a salir del brasier. No pierdo detalle de los movimientos del chicharrón, pues con un meneo brusco tal vez pueda apreciar una parte o todo del tostón, ver el pezón de mis compañeras de baile sin lugar a dudas me la pone dura.
Me encantan las tetotas, al verlas me imagino que mi pene está entre ellas, que lo cálido de su temperatura cubre a mi patas de bola para hacerme una rusa y provocarme una chorreada de placer.
Botas, sombrero y pantalón de norteño es lo que acostumbro vestir cuando asisto a un baile, soy bueno moviendo el esqueleto, por lo que no hay nalguita que se me resista a unos buenos arrimones de camarón.
Una noche en un baile masivo en Tláhuac me llevé una sorpresa, pues una lugareña me invitó a bailar y yo sin pensarlo mucho acepté. La chava era flaquita, menudita, vestía una faldita de mezclilla y una blusita escotada en la cual inmediatamente se notaba que no había chichis.
Comenzó la canción y yo la arrejunté hacia mi pecho y ella acomodó sus piernas entre una de las mías. Empezó el movimiento y entonces me di cuenta de que no traía calzones, que sus pelos estaban rozando mi pantalón y que hasta me estaban mojando la tela de la mezclilla.
Me movió tanto la cuna que me despertó al chamaco. La flaca me tomó de la cintura y me metió la mano por detrás hasta que tocó con su dedo mi ano. Yo la pegué más hacia mí para que sintiera el tamaño de mi chile.
Nos miramos y, sin importarme que estábamos rodeados de gente, le metí la mano por debajo de la falda. Y me quedé con los ojos de plato al darme cuenta de que ella no tenía vagina, sino que traía palanca al piso.
Lo que rozaba con mi pantalón no eran sus pelos, sino su chile. Ya no pude separarme de ese jotín, como pude seguí bailando, pues él ya tenía su dedo dentro de mi ano, lo estimulaba de tal forma que no pude contenerme y experimenté una venida como nunca antes, sentí que litros y litros de mi leche inundaron mis calzones.
Arturo

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