martes, 10 de marzo de 2009

Y aun así la forniqué…

Soy un hombre muy caliente. Mi desempeño en la cama es tan bueno que más de una de mis conquistas esporádicas se queda con las ganas de volver a sentir mi miembro. Aunque me considero un adicto al sexo, tengo mis reglas: si una chica no me parece limpia y bella no le hago la faena, es decir, no la dejo disfrutar de mis mieles y mis fuertes embestidas.
Soy un tipo agradable que gusta ir de fiesta en fiesta para cazar mujeres. Hace poco mis amigos —que por cierto también tienen suerte en las conquistas— mi invitaron a una desfile de modas, todos estábamos emocionados, pues en dicho evento habría docenas de mujeres bellas y solitarias, sí, solitarias, porque a las modelos pocos hombres se les acercan pensando que son inalcanzables.
La vi y sentí una atracción inmediata. Sus ojos negros delineados perfectamente por sombras de tonos grises la hacían tener un aire enigmático. Sus pezones resaltaban de la blusa que portaba, no traía sostén, y eso me calentó. Ella y todo su encanto desfilaron por la pasarela en tres ocasiones; ahora que lo pienso no recuerdo las prendas que modeló, mi mente sólo registró lo definido de sus piernas y el movimiento de sus senos.
Mi mirada era tan insistente que ella volteó a verme y notó con naturalidad que mi miembro estaba tomando dimensión. Al terminar la pasarela me dirigí a buscarla tras bambalinas, pero me sorprendí al verla con otro hombre; lo abrazaba y le metía la mano al pantalón de forma juguetona, y yo no tuve más remedio que darme la vuelta para emprender la penosa retirada.
Estaba por salir de ahí cuando sentí un apretón en el brazo. Era ella. Me sonreía mientras me explicaba que había despachado a su novio, que quería pasar la noche conmigo porque deseaba probar otras carnes. Me excitó la idea de que me prefiriera. Salimos inmediatamente del lugar y nos fuimos a su departamento.
Toda la noche le hice sentir el rigor de mi miembro. Ella no dejó de gemir y de lubricar su vagina mientras pedía que le diera más. Lo hicimos de todas formas: me la chupó y yo se la dejé ir por la vagina y hasta por el ano, acabamos exhaustos. Después de esos encuentros tuvimos varios más, ella dejó a su hombre porque no le rendía en el sexo y yo disfrutaba de lo bien que se movía.
Pocas semanas después tuvo un terrible accidente automovilístico cuando venía para mi departamento a pasar la noche. Tuvo serías heridas, se dislocó el hombro, se cortó las pantorrillas, le entablillaron los dedos y la mano izquierda, traía collarín porque se dañó las vértebras, se abrió la cabeza al estrellarse con el parabrisas y por fracturas múltiples le reconstruyeron con clavos la pierna derecha.
Sentí una gran pena al verla cubierta de yeso y moretones, y no por su dolor, sino porque su condición me evitaba tener una frenética noche de sexo. Días después de la operación fui a su casa. Me incomodé al verla sobre su cama semidesnuda, toda enyesada y molida por los golpes, pero me recosté a un lado para acariciarla tiernamente y ella, sin pensarlo, tomó mi pene entre sus manos.
Lo estimuló. Yo cerré los ojos para borrar su dolosa imagen mientras sentía cómo mi miembro se erectaba. Ella estaba muy caliente y me dijo que la penetrara, y yo, sin resistirme, lo hice. Mantuve los ojos cerrados para no ver sus cicatrices. La chica estaba tan caliente que aunque le dolía que la penetrara permitió que la embistiera.
Después de un rato, sin pensarlo, abrí los ojos. El espectáculo era grotesco, estaba encima de una mujer casi desecha o reconstruida; mas sus nalgas moradas por tanta inyección me pusieron frenético, y las vendas que cubrían sus heridas me excitaron al punto del orgasmo. Continué hasta que terminé viniéndome sobre sus curaciones. No supe si penetré a una especie de Robocop o a Frankenstein, lo único que sé es que ver sus heridas me dio tremendo placer sexual.
Enrique

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