martes, 31 de marzo de 2009

Prefiero una de plástico…

Mi calentura ha llevado mi relación amorosa de tres años a puntos destructivos. Mi mujer ya no quiere siquiera escucharme y me cuelga el teléfono. Me duele su desprecio, pues creo que no entiende mis necesidades sexuales. Todo empezó cuando nos preguntamos qué haríamos para nuestro tercer aniversario de novios. Miranda estaba dispuesta a complacerme en todo, y cuando la dejé en su trabajo en secreto me dijo que me daría una noche maravillosa de sexo, que ya hasta se había comprado lencería diminuta y muy sexi.
Sus palabras sobre la lencería me trajeron loco todo el día. Y en la tarde al pasar por ella yo quería abordar el tema, lo había estado pensando bien, y aunque era irresistible la idea de despojarla de su ropa interior, yo quería añadir emoción al encuentro.
Como me había dicho que estaba dispuesta a complacerme en todo, le propuse hacer un trío sexual. Sí, que una mujer se uniera a nosotros. Me miró sorprendida, pues la idea no la entusiasmó mucho. Se quedó meditabunda, y poco después me dijo en un tono suave si esa propuesta se basaba en que su cuerpo ya no me parecía suficiente para el placer. Le expliqué que ella era mi perdición sexual, que sus caderas eran mi paraíso, que el líquido que salía de su vagina era el mejor de los brebajes y que pellizcar sus pezones en cada encuentro era mi necesidad, pero que me gustaría experimentar nuevas sensaciones.
Me respondió: "Lo he pensado bien... y no estoy dispuesta a compartirte. Te amo, pero no creo que estar con otra mujer en un trío sea benéfico para nuestra relación".
Convencida de que el encuentro sería perjudicial, me dijo que mejor optara por otra alternativa. Tajantemente aseguró que no estaba dispuesta a compartir mis erecciones con otra fémina, pero que sí lo haría con juguetes sexuales, fue como me propuso comprar una muñeca sexual para celebrar nuestro aniversario. Aunque no quedé contento, la idea me pareció nada despreciable.
Yo compré la muñeca, escogí minuciosamente una que tenía cabellera rubia, boca roja abierta, vagina y ano bien delineados. Era la mujer de medidas y posturas perfectas, incluso hasta tenía los pelos del pubis de manera exquisita.
Llegó el día del encuentro sexual y éste superó mis expectativas. Penetré todos los orificios de Dolly (así nombré a la muñeca) y obligué a Miranda a que lamiera su vagina plastificada y pellizcara sus pezones rosados de plástico mientras yo a ella la penetraba por detrás. Fue tan intenso el encuentro sexual que me quedaron ganas de repetirlo. Cada vez que veía a mi novia, en la cajuela de mi carro viajaba Dolly lista para la acción.
Ahora Miranda ya no quiere hacerlo conmigo y con mi amante. No quiere que la penetre después de que se la meto a Dolly. Argumenta que me dará una infección en el miembro, pues no hay higiene que quite todos los residuos de semen en el plástico.
Miranda ya no quiere seguir con la aventura que ella sugirió. Me dice con recelo que a mí me importa más acariciar las frías tetas de Dolly (quien por cierto ya duerme en mi cama), que penetrarla a ella ahora que casualmente tengo menos tiempo de tener encuentros sexuales.

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