martes, 31 de marzo de 2009

En las rocas…

Soy una mujer de veintinueve años que para calentarse primero tiene que enfriarse desde que descubrí que mis partes íntimas reaccionan de maravilla a bajas temperaturas.
Una noche, después de una megaborrachera, me fui a dormir con una cuba en la mano. Ya en la soledad de mi cuarto terminé mi bebida, y en el fondo del vaso quedaron dos hielos jugueteando.
Metí los dedos al vaso y la sensación fría hizo que se erectaran mis pezones, entonces pensé en desabrocharme la pijama para rozar con el vaso frío mis ya duros chupones.
La sensación fue increíble, pero no suficiente para calmar mis inquietudes. Tomé uno de los hielos entre mis dedos y recorrí mis pechos; mis quejidos salieron de mi garganta sin control. Sin notarlo, estaba muy mojada, y no sólo por el hilito de agua que escurría al derretirse los hielos, sino porque mi vagina estaba que chorreaba de la excitación.
El pedazo de agua congelada que pasé por mis senos ya se había extinguido. Mi mano quedó muy mojada y me chupé los dedos, los succioné hasta que me di cuenta de que mi otra mano estaba ya dentro de mis calzones estimulando mi clítoris.
Me metí el dedo a la vagina y húmedas paredes de piel aprisionaron mi dedo; luego me saqué el que ya succionaba furiosamente en mi boca y lo metí dentro de mi vagina, todo esto mientras me chupaba el otro dedo que hace poco instantes había ocupado ese húmedo lugar entre mis piernas.
Estaba muy caliente y excitada. De pronto se me vino a la cabeza la idea de utilizar el hielo restante para obtener mi orgasmo. Lo saqué con los dedos que había usado para masturbarme, lo apreté, y entonces empecé a pasearlo por mi clítoris. La sensación de frío me hizo estremecer y grité de gozo, era un placer insoportable.
Seguí frotando el pedacito de agua congelada en mi clítoris, continué así buen rato mientras los dedos de mi otra mano me penetraban. Seguí y seguí hasta que el agua del hielo se mezcló con mis fluidos, ambos hicieron una gran mancha sobre mis sábanas.
Mi clítoris se escondía entre sus pliegues para no recibir la oleada fría de golpe. Mientras recorría mis labios vaginales él salía como para rectificar que el extraño friolento ya se hubiera retirado, se asomaba erecto, parecía llamarlo y repelerlo con su extraña dureza. Pero me vine, tuve un orgasmo como nunca.
Desde entonces procuro masturbarme con hielo, les pido a los hombres que comparten mi cama que se pongan el hielo en sus bocas y me hagan sexo oral, que me chupen y laman con ese aliento frío. Mis pezones se ponen como piedra, duros y oscuros, cuando la boca llena de hielos de alguno de mis amantes los succiona.
No tengo ningún encuentro sexual en el cual no tenga como juguete sexual un balde de hielos. En el refrigerador de mi casa procuro que el agua congelada no falte. Ahora no sólo me conformo con usar los moldes para hacer cubitos de hielo, pues he empezado a congelar recipientes grandes con agua para que el placer sexual dure más tiempo y que mis fluidos y el agua derretida formen una caldo espeso para la lubricación mientras me penetran.

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