martes, 10 de marzo de 2009

La fea...

A pesar de que no soy un hombre que espanta de feo, no tengo suerte con las mujeres bellas. Debo confesar que este desprecio hasta hace poco tiempo me tenía traumatizado, pues no había mujer de buenas curvas que me permitiera meterle entre su sexo mi potente miembro.
Tengo veinticuatro años y me considero un chavo común y corriente que no teme a lanzarse al ligue cuando unas buenas nalgas se le cruzan enfrente. Aunque mis amigas dicen que soy bien parecido, creo que soy presa de una maldición gitana que impide que tenga suerte con mujeres bellas, pues hasta ahora ninguna ha accedido a mis trabajos sexuales.
Después de muchos intentos por encamar a una mamacita bien formada, me di por vencido, pues no había mirada, verbo, actitud y hasta sonrisa que lograran que sus piernitas se abrieran para darle paso a mi pene.
En la fiesta de mi amigo Carlos, después de unos tragos me puse a pensar que a lo mejor la vida no tenía destinadas para mí mujeres bellas, que nunca tendría entre mis labios y manos unos buenos melones, por lo que debería darme la oportunidad y ligar a una fea.
Allí estaba Eugenia, sentada en el fondo de la sala con una caguama en la mano. Nadie se le acercaba porque la canija cuando está ebria le da por quitarse los zapatos y dejar al aire libre sus apestosas patas. Pero me envalentoné y me senté a su lado para platicar.
Al pasar los minutos me di cuenta de que la patas hediondas era bien calenturienta, que su manera libre de expresarse sobre el sexo la delataba como una mujer sin inhibiciones ni complejos sexuales.
No me aguanté y la besé. Me sorprendió al sentir inmediatamente su lengua dentro de mi boca. Ella sin dudarlo metió su mano en mi pantalón y para sorpresa de ambos ya estaba mi animalón bien firme y dispuesto para la batalla.
La invité a ir a un lugar más privado. El motel de la esquina fue el lugar idóneo para darnos placer a rienda suelta. Eugenia estaba fea de la cara, y de cuerpo no se diga, pero esa monstruita me hizo sentir un placer inimaginable.
Me la chupó, manipuló, estrujó, lamió y hasta escupió. No hubo acción que no realizara la fea que no me dejara estúpido de placer. Yo la miraba atónito: me di cuenta de que estaba equivocado y que el placer de la carne está en las mujeres que no son agraciadas físicamente, pero que son bendecidas por tener la facultad de complacer sexualmente a sus hombres.
Ahora aprovecho cualquier fiesta para abordar a una fea, no falla, siempre hay alguna abandonada en un sillón buscando desesperadamente atención. No se necesita mucho para seducirlas, sólo les doy un poco de confianza e inmediatamente puedo disfrutar de los más cachondos besos de lengua y de las mamadas más espectaculares.
Mi necesidad por penetrar a feas es cada vez más incontrolable, incluso he pensado en comprarme una camioneta con cabina trasera para acondicionarla con una cama para no perder tiempo en llegar al cuarto de hotel, pues hay muchas mujeres no agraciadas que esperan mis servicios sexuales.
Desde ese día me apodan el Cazafantasmas, pues ahora ando tras cada demonio. Me di cuenta de que las bonitas ya no me ponen dura la reata, ahora prefiero que una fea pero caliente me exprima la leche.
Soy otro. Yo no discrimino. Mi único requisito en mujeres es... que respiren.
Esteban

2 comentarios:

  1. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAAJJAAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAjajajajaJAJAJAJA

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